El teatro Colón estrena el próximo martes una nueva versión de Don Giovanni con puesta en escena del alemán Michael Hampe, y dirección musical del carioca John Neschling. El elenco cuenta con varios nombres de trascendencia, entre los que se cuenta a la argentina Virginia Tola como Donna Elvira.
Me pidieron los comentarios para el programa de mano, que ha de estar en imprenta en estos días. Aquí lo posteo, quizás para preparación de alguno que planee disfrutar de alguna de las seis funciones de la ópera, o para que algún otro los lea mientras desempolva algún CD olvidado... quién sabe.
Don Giovanni, ossia il fin di chi fa mal
….Ya que la muerte (considerando las cosas de cerca) es el verdadero objetivo final de nuestra vida, desde hace unos pocos años me he familiarizado tanto con esta verdadera y mejora miga del hombre, que su imagen no sólo ya no conserva para mí nada de aterrador, ¡Sino que tiene mucho de tranquilizador y consolador!.
El año 1787 fue complicado para Mozart. Cabría preguntarse si algún momento de su vida fue distinto, pero ese se presentó especialmente difícil y tanático. En mayo murió su padre, figura fundamental de su existencia, y cinco meses más tarde estrenó en Praga la ópera Don Giovanni. La muerte como tema recurrente, una funesta coincidencia.
También Europa estaba convulsionada en 1787. Ese año se construyó el primer telar de vapor, mientras que llegaban de ultramar nuevos aires revolucionarios que parecían fortalecerse con la promulgación de la Constitución de los Estados Unidos de América. El mundo antiguo y artesanal comenzaba también a presagiar su deceso.
Lorenzo Da Ponte, el libretista veneciano, tras el éxito obtenido en 1786 con “Las bodas de Fígaro”, le propone ese mismo año un nuevo libreto basado en el mito de Don Juan, inspirado en “El burlador de Sevilla” de Tirso de Molina. Mozart ya había trabajado con Da Ponte en “Las bodas de Fígaro”, y se conserva un testimonio sobre él, aún anterior, en una carta que le envió a su padre desde Viena en 1783:
…”(Da Ponte)debe hacer por obligación un libreto completamente nuevo para Salieri (……) me promete hacer otro para mí. Pero quién sabe si podrá mantener su palabra, ¡O querrá!. ¡Vos sabéis bien que los señores italianos son muy complacientes en la cara! ¡Basta, ya los conocemos suficientemente!. Si está de acuerdo con Salieri, no obtendré ninguno en mi vida… (Carta desde Viena a Leopold Mozart, 1783).
Evidentemente, con los años se logró la confianza mutua, y bien sabemos que la dupla Mozart-Da Ponte funcionó exitosamente en el campo de la ópera italiana.
Durante los meses de verano, Mozart compuso su ópera en Viena, y al comenzar el otoño viajó a Praga junto a su mujer, y a Da Ponte para ultimar detalles, y terminar de escribir la música para los cantantes con los que contaría para las funciones. Trabajó hasta último momento en la producción, cuyo estreno dirigiría, se cuenta incluso que la obertura fue terminada la noche anterior, y que se la tocó sin previo ensayo.
El estreno fue todo un éxito. Los diarios comentaron la dificultad de la ópera y apostillaron que el público praguense nunca había escuchado algo como aquello. Hoy sigue siendo una de las óperas más representadas del mundo, y fue, sin duda, una de las que más influenció a los compositores del Romanticismo (baste recordar que Wagner la llamaba “la ópera de las óperas”).
El título completo es “Il dissoluto punito, ossia il Don Giovanni”,catalogada como Dramma Giocoso. Sólo con estos datos podemos hacer un análisis de varios aspectos de esta obra maestra. En primer lugar notemos que sin querer nos anticipa el final de la trama (el castigo que recibirá el libertino), lo que nos marca un contenido sutilmente moralizante. Pero luego esta idea de dramma giocosso, ilustra claramente el pensamiento mozartiano acerca de la ópera italiana que hasta ese momento podía ser sólo de dos tipos: seria o bufa. La primera estaba plagada de personajes vetustos y pétreos, antiguos héroes o mitos que eran usados como alegorías para exaltar virtudes del poder de turno, mientras que la segunda representaba en sus ideas un conjunto deforme de caricaturas populares y prototipos sociales. Ninguna de las dos era convincente para el compositor salzburgués, que entendía que la vida podía contar con toques de humor y seriedad, en sucesión permanente, creando climas contrastantes pero al mismo tiempo complementarios, por lo que prefirió esta nueva manera donde ambos opuestos coexisten de modo permanente, sin enseñar desde el mármol ni divertir desde la chabacanería.
Entrando de lleno en los contenidos, Don Giovanni está plagada de novedades, que si bien no serán alborotadoras en el concierto de la historia de la ópera, sí lo fueron para su tiempo.
El primer personaje que canta es Leporello, cuyo primer texto consiste en quejarse de su amo. En realidad poco importa si son Don Giovanni y Leporello, lo que vale la pena tener en cuenta es que se trata, en realidad, de prototipos sociales (donde el personaje principal es clara encarnación de la aristocracia). Y si volvemos a considerar lo temporal, y sacamos la cuenta que esta ópera fue escrita a poco más de diez años de la Revolución Francesa, nos daremos cuenta de la efervescencia del clima social europeo del momento.
Y tras pocos minutos de música ya está clara la estampa del libertino, quien ha tenido en su haber, como se cantará en la famosa “aria del catálogo” unas dos mil amantes: es un mentiroso seductor que huirá de todo lo posible a lo largo de las tres horas que dura la acción. Se fugará tras herir de muerte al comendador con quien se ha batido a duelo, luego se encontrará con una de sus amantes, y aprovechando su confusión desaparecerá, dejándola sola con Leporello y el famoso “catálogo” (que cuenta que Don Giovanni abandonó a todas las protagonistas de sus historias amorosas), seduce y rapta luego a Zerlina en su propia boda, cuando es descubierto, desenvaina su espada y se va, burlando a todos. Se cambia después sus ropas con Leporello, cuando se revela su identidad logra escabullirse, e incluso Leporello, el falso Don Giovanni se evade ante el peligro. Sin embargo, hay algo que no puede burlar y de lo que no logra apartarse: del castigo y la certeza de la muerte.
El discurso musical mozartiano es, en este caso, similar sus alocuciones escritas. En sus cartas encontramos juegos de palabras, citas, cambios de idioma, extrañas maniobras gramaticales, cambio del sentido del texto, superposición de mensajes, acertijos y hasta ciertos brotes de lirismo y rimas. En esta ópera ocurre lo mismo. Modela el texto musical con una sintaxis propia, un mismo tema sutil e inocente con el que pinta las palabras de Zerlina, con pocos cambios se puede volver áspero y simple como para que lo cante su prometido, Don Giovanni y Donna Anna se pelean utilizando imitaciones, y creando desconcierto, porque en boca de cada uno el texto musical que es casi igual parece ser contrastante, el mismo diseño sonoro que usa para unos comentarios libidinosos es tomado luego por Donna Elvira para expresar sus dudas sentimentales.
Estos juegos y ornamentos retóricos se subrayan además con los obvios coloridos orquestales, según la semantización instrumental de la época. Claro ejemplo de esto son los trombones que acompañan los parlamentos de la estatua del Comendador (obvia alusión a las fuerzas infernales), también hay efectos más previsibles como el acompañamiento pizzicato de las cuerdas cuando Don Giovanni se acompaña con la mandolina en la canzonetta “Deh, vieni alla finestra”.
Pero Mozart va más allá y demuestra su virtuosismo compositivo, subrayando la confusión de la fiesta con que termina el primer acto, en la que Don Giovanni seduce a Zerlina, mientras Ottavio, Anna y Elvira están enmascarados preparando su venganza, y Leporello anticipa un mal final, tres ensambles instrumentales, desde la escena tocan un extraño quodlibet de danzas en ritmos y metros diversos, mientras baila toda la compañía.
Finalmente llega el castigo, que no es humano sino celestial, llevado a cabo por el espíritu del Comendador ridículamente asesinado al comienzo de la ópera, que tras insistirle a Don Giovanni que se arrepienta, y sin lograr su cometido, ya que éste era digno hijo de su tiempo, desaparece dejando lugar a un coro de voces infernales que se lo lleva al Averno. Tras aclarar brevemente qué ocurrirá con cada uno de los personajes (las parejas se unen, Elvira se va a un convento y Leporello a buscar un mejor amo), surge la obvia moraleja:
¿Será?
Me pidieron los comentarios para el programa de mano, que ha de estar en imprenta en estos días. Aquí lo posteo, quizás para preparación de alguno que planee disfrutar de alguna de las seis funciones de la ópera, o para que algún otro los lea mientras desempolva algún CD olvidado... quién sabe.
Don Giovanni, ossia il fin di chi fa mal
….Ya que la muerte (considerando las cosas de cerca) es el verdadero objetivo final de nuestra vida, desde hace unos pocos años me he familiarizado tanto con esta verdadera y mejora miga del hombre, que su imagen no sólo ya no conserva para mí nada de aterrador, ¡Sino que tiene mucho de tranquilizador y consolador!.
(Carta de Mozart a su padre, 4 de abril de 1787)
El año 1787 fue complicado para Mozart. Cabría preguntarse si algún momento de su vida fue distinto, pero ese se presentó especialmente difícil y tanático. En mayo murió su padre, figura fundamental de su existencia, y cinco meses más tarde estrenó en Praga la ópera Don Giovanni. La muerte como tema recurrente, una funesta coincidencia.
También Europa estaba convulsionada en 1787. Ese año se construyó el primer telar de vapor, mientras que llegaban de ultramar nuevos aires revolucionarios que parecían fortalecerse con la promulgación de la Constitución de los Estados Unidos de América. El mundo antiguo y artesanal comenzaba también a presagiar su deceso.
Lorenzo Da Ponte, el libretista veneciano, tras el éxito obtenido en 1786 con “Las bodas de Fígaro”, le propone ese mismo año un nuevo libreto basado en el mito de Don Juan, inspirado en “El burlador de Sevilla” de Tirso de Molina. Mozart ya había trabajado con Da Ponte en “Las bodas de Fígaro”, y se conserva un testimonio sobre él, aún anterior, en una carta que le envió a su padre desde Viena en 1783:
…”(Da Ponte)debe hacer por obligación un libreto completamente nuevo para Salieri (……) me promete hacer otro para mí. Pero quién sabe si podrá mantener su palabra, ¡O querrá!. ¡Vos sabéis bien que los señores italianos son muy complacientes en la cara! ¡Basta, ya los conocemos suficientemente!. Si está de acuerdo con Salieri, no obtendré ninguno en mi vida… (Carta desde Viena a Leopold Mozart, 1783).
Evidentemente, con los años se logró la confianza mutua, y bien sabemos que la dupla Mozart-Da Ponte funcionó exitosamente en el campo de la ópera italiana.
Durante los meses de verano, Mozart compuso su ópera en Viena, y al comenzar el otoño viajó a Praga junto a su mujer, y a Da Ponte para ultimar detalles, y terminar de escribir la música para los cantantes con los que contaría para las funciones. Trabajó hasta último momento en la producción, cuyo estreno dirigiría, se cuenta incluso que la obertura fue terminada la noche anterior, y que se la tocó sin previo ensayo.
El estreno fue todo un éxito. Los diarios comentaron la dificultad de la ópera y apostillaron que el público praguense nunca había escuchado algo como aquello. Hoy sigue siendo una de las óperas más representadas del mundo, y fue, sin duda, una de las que más influenció a los compositores del Romanticismo (baste recordar que Wagner la llamaba “la ópera de las óperas”).
El título completo es “Il dissoluto punito, ossia il Don Giovanni”,catalogada como Dramma Giocoso. Sólo con estos datos podemos hacer un análisis de varios aspectos de esta obra maestra. En primer lugar notemos que sin querer nos anticipa el final de la trama (el castigo que recibirá el libertino), lo que nos marca un contenido sutilmente moralizante. Pero luego esta idea de dramma giocosso, ilustra claramente el pensamiento mozartiano acerca de la ópera italiana que hasta ese momento podía ser sólo de dos tipos: seria o bufa. La primera estaba plagada de personajes vetustos y pétreos, antiguos héroes o mitos que eran usados como alegorías para exaltar virtudes del poder de turno, mientras que la segunda representaba en sus ideas un conjunto deforme de caricaturas populares y prototipos sociales. Ninguna de las dos era convincente para el compositor salzburgués, que entendía que la vida podía contar con toques de humor y seriedad, en sucesión permanente, creando climas contrastantes pero al mismo tiempo complementarios, por lo que prefirió esta nueva manera donde ambos opuestos coexisten de modo permanente, sin enseñar desde el mármol ni divertir desde la chabacanería.
Entrando de lleno en los contenidos, Don Giovanni está plagada de novedades, que si bien no serán alborotadoras en el concierto de la historia de la ópera, sí lo fueron para su tiempo.
El primer personaje que canta es Leporello, cuyo primer texto consiste en quejarse de su amo. En realidad poco importa si son Don Giovanni y Leporello, lo que vale la pena tener en cuenta es que se trata, en realidad, de prototipos sociales (donde el personaje principal es clara encarnación de la aristocracia). Y si volvemos a considerar lo temporal, y sacamos la cuenta que esta ópera fue escrita a poco más de diez años de la Revolución Francesa, nos daremos cuenta de la efervescencia del clima social europeo del momento.
Y tras pocos minutos de música ya está clara la estampa del libertino, quien ha tenido en su haber, como se cantará en la famosa “aria del catálogo” unas dos mil amantes: es un mentiroso seductor que huirá de todo lo posible a lo largo de las tres horas que dura la acción. Se fugará tras herir de muerte al comendador con quien se ha batido a duelo, luego se encontrará con una de sus amantes, y aprovechando su confusión desaparecerá, dejándola sola con Leporello y el famoso “catálogo” (que cuenta que Don Giovanni abandonó a todas las protagonistas de sus historias amorosas), seduce y rapta luego a Zerlina en su propia boda, cuando es descubierto, desenvaina su espada y se va, burlando a todos. Se cambia después sus ropas con Leporello, cuando se revela su identidad logra escabullirse, e incluso Leporello, el falso Don Giovanni se evade ante el peligro. Sin embargo, hay algo que no puede burlar y de lo que no logra apartarse: del castigo y la certeza de la muerte.
El discurso musical mozartiano es, en este caso, similar sus alocuciones escritas. En sus cartas encontramos juegos de palabras, citas, cambios de idioma, extrañas maniobras gramaticales, cambio del sentido del texto, superposición de mensajes, acertijos y hasta ciertos brotes de lirismo y rimas. En esta ópera ocurre lo mismo. Modela el texto musical con una sintaxis propia, un mismo tema sutil e inocente con el que pinta las palabras de Zerlina, con pocos cambios se puede volver áspero y simple como para que lo cante su prometido, Don Giovanni y Donna Anna se pelean utilizando imitaciones, y creando desconcierto, porque en boca de cada uno el texto musical que es casi igual parece ser contrastante, el mismo diseño sonoro que usa para unos comentarios libidinosos es tomado luego por Donna Elvira para expresar sus dudas sentimentales.
Estos juegos y ornamentos retóricos se subrayan además con los obvios coloridos orquestales, según la semantización instrumental de la época. Claro ejemplo de esto son los trombones que acompañan los parlamentos de la estatua del Comendador (obvia alusión a las fuerzas infernales), también hay efectos más previsibles como el acompañamiento pizzicato de las cuerdas cuando Don Giovanni se acompaña con la mandolina en la canzonetta “Deh, vieni alla finestra”.
Pero Mozart va más allá y demuestra su virtuosismo compositivo, subrayando la confusión de la fiesta con que termina el primer acto, en la que Don Giovanni seduce a Zerlina, mientras Ottavio, Anna y Elvira están enmascarados preparando su venganza, y Leporello anticipa un mal final, tres ensambles instrumentales, desde la escena tocan un extraño quodlibet de danzas en ritmos y metros diversos, mientras baila toda la compañía.
Finalmente llega el castigo, que no es humano sino celestial, llevado a cabo por el espíritu del Comendador ridículamente asesinado al comienzo de la ópera, que tras insistirle a Don Giovanni que se arrepienta, y sin lograr su cometido, ya que éste era digno hijo de su tiempo, desaparece dejando lugar a un coro de voces infernales que se lo lleva al Averno. Tras aclarar brevemente qué ocurrirá con cada uno de los personajes (las parejas se unen, Elvira se va a un convento y Leporello a buscar un mejor amo), surge la obvia moraleja:
“De los pérfidos, la muerte
A la vida es siempre igual”.
A la vida es siempre igual”.
¿Será?
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