jueves, 19 de febrero de 2015

Pulgas musicales

Las extrañas vueltas de la web me acercaron hace unos días a el artículo que copio a continuación. Me interesó mucho y comparto sinceramente lo que dice.

La autora es Elena Muerza, una flautista española que se interesa también en el Marketing Digital, a quien no conozco (si quieren saber más de ella clickeen aquí).

Ojalá les venga bien este artículo, especialmente a tantos colegas músicos que permanentemente creen (o les han hecho creer) que con el arte no se puede ir más allá.




Cómo dejar de ser una pulga en tu carrera musical
(texto copiado del blog de Elena Muerza. Si quieren ver el original hagan click aquí.)

Hoy os voy a hablar sobre pulgas. Ya sé que este blog es sobre pedagogía musical y flautística y esperáis encontrar artículos sobre esa temática, pero quería compartir con vosotros un ejemplo de cómo muchas veces actuamos o hemos actuado como pulgas en nuestra vida (musical y no musical).

¿Sabéis como se adiestran las pulgas?

Si algún día atrapáis una, probad a meterla en un frasco de cristal y cerrad la tapa. La pulga, haciendo caso a su naturaleza saltarina, dará brincos para intentar escaparse y se chocará siempre con la tapa del frasco. Llegará un momento (dicen que 3 días) que la pulga dejará de saltar hasta lo más alto del bote, pues se ha cansado de golpearse la cabeza. Aunque abramos ese frasco y lo dejemos sin tapa el resto del tiempo, la pulga nunca se escapará ni llegará a sobrepasar el límite marcado por la tapa, a pesar de tener las cualidades necesarias para ello. Pero no sólo eso, esa pulga transmitirá esa naturaleza limitadora a toda su descendencia pulguil, e irá pasando de generación en generación. Es así como se domestican las pulgas.

Este ejemplo ha sido también utilizado en un spot de televisión para promocionar la Playstation 2, cuyo lema es “Hay otro lado más allá de los límites”. Porque de esto mismo va este artículo, de los límites que nos autoimponemos o creemos que nos imponen.

Si tenéis curiosidad, clickead aquí y podréis ver el spot.

Al ser humano le ocurre lo mismo que a las pulgas, y al ser humano que además es músico, también. Inicialmente, nuestros sueños o ambiciones no tienen límites (por ejemplo, ser flauta solista de la Filarmónica de Berlín), pero a medida que pasa el tiempo, nos vamos golpeando la cabeza contra tapaderas que hacen que nos resignemos a creer que no podemos hacer algo diferente y que olvidemos nuestra capacidad de dar grandes saltos. Es entonces cuando nos volvemos conformistas, dejamos de estudiar, de dar conciertos o de hacer audiciones para orquestas, sin darnos cuenta que, seguramente, el frasco lleve abierto más tiempo del que creemos.

Esas limitaciones que nos vamos encontrando pueden venir del exterior (en forma de comentario por parte de un profesor, de un compañero…), pero sobre todo, vienen de nosotros mismos:

1. Porque consideramos lo que nos dicen los demás como más válido que nuestras propias opiniones.

2. Porque hechos aislados de un concierto o audición (un mi agudo que se nos cae, el fa agudo que se me queda alto…) se convierten en creencias y verdades absolutas (todos los mi agudos se caen, el fa agudo siempre va a estar alto).

Hacer caso a estas limitaciones nos ayudará a ampliar nuestro repertorio de excusas para no intentar algo, pero de poco más servirán.

En las Olimpiadas de Atenas de 1896, Tom Burke ganó el oro de los 100m lisos con una marca de 12 segundos. En ese mismo lugar, Olimpiadas de Atenas, pero de 2004, la marca estaba ya en 9,85 segundos. ¿Os imagináis que le hubieran dicho a Usain Bolt que no se molestara en correr los 100m lisos porque era imposible bajar de esa marca? Pues no sólo lo consiguió en las olimpiadas siguientes (Pekín y Londres), sino que lo ha logrado en varias ocasiones y ostenta el récord mundial con 9,58 segundos.

Para batir esos récords hay que tener en cuenta factores como las condiciones físicas del deportista y, sobre todo, el grado de entrenamiento y la fortaleza psicológica. Es precisamente en este último aspecto en el que coincidimos músicos y atletas: la importancia de la mente. Desde 1896 hasta ahora, se han hecho miles de carreras de 100m lisos y te sorprendería saber en cuántas de ellas se ha bajado de los 12 segundos. Esa barrera se rompió, pero no porque el hombre sea mejor físicamente, sino debido a que esas marcas era obstáculos mentales.

Cuando la imagen que tenemos de nosotros mismos está ligada a la calidad de nuestro trabajo como músicos, hacer un duro esfuerzo y perder es un golpe muy duro. Nos resultará más fácil, la próxima vez, posponer las cosas utilizando cualquier excusa a mano. Volvemos a poner la tapa a nuestro frasco de pulgas y lo peor de todo es que estamos cerrando nosotros mismo el frasco y no ese profesor o compañero que nos dejó tan marcados.

Como anécdota os contaré lo que me ocurrió hace ya algunos años. Estaba yo estudiando en Bélgica, pero vine a España para una serie de conciertos en los que tocaba como flauta solista. A la salida del concierto se me acercó un antiguo profesor de Lenguaje Musical de la Escuela de Música donde empecé con la flauta, que me felicitó y me dijo:

-¡Hola Marta!- (siempre me llamó así, no le entraba en la cabeza que mi nombre es Elena) -Vengo a felicitarte y darte la enhorabuena por lo bien que has tocado esta noche ¡¡Siempre dije que llegarías muy lejos!!

Lo que no recordaba este profesor es que muchos años antes, cuando yo tenía la tierna edad de 9 años, en una de sus clases nos dijo a todos, TODOS, los alumnos que ni nos molestáramos en intentar entrar al conservatorio porque nunca llegaríamos a nada en esto de la música.

Puso en su día una tapa en mi frasco, pero ni siquiera se acordaba de haberlo hecho. Muchos de mis compañeros, por desgracia, le hicieron caso, pero otros cuantos nos dimos varias veces en la cabeza contra esa tapa hasta que conseguimos abrir el frasco y poder vivir a día de hoy de lo que nos gusta, la música.

Espero que este artículo te ayude a reflexionar sobre todas esas veces que has dejado que cierren tu frasco. No olvides coger impulso, dar cabezazos a esas tapas que te irás encontrando y salta muy alto. Si la pulga, con su tamaño, llega hasta un metro de altura,  no te conformes tú con sólo unos centímetros.

lunes, 9 de febrero de 2015

El concierto, buscando nuevas formas

Desde mi lugar de músico, que se complementa con el de gestor, estoy en permanente búsqueda de nuevas ideas para los conciertos, y especialmente para aquellos que son de Música Antigua, en los que considero que el formato tradicional es prácticamente obsoleto (a veces no se me ocurre nada mejor, pero estoy convencido de que el formato del s. XIX, en el s. XXI y para hacer música del s. XVII, ya no va).

Por Twitter recibí el artículo de National Geographic que transcribo a continuación, con algunas partes destacadas por mí. Si quieren verlo en la página de NG, hagan click aquí

¿Qué opinan? ¿Se les ocurre algo nuevo? Bienvenidos sus comentarios.




Tu lugar, entre el clarinete y el violín

¿Sentarse junto a un poeta cuando escribe? ¿Presenciar cómo filma un director de cine? ¿Acompañar a un pintor mientras crea? Lo que en otras artes no pasa de ser un sueño se volvió ahora realidad en la música gracias a una innovadora serie de conciertos en Berlín que diluye la frontera entre intérpretes y público.

La sala Konzerthaus, una de las más prestigiosas de Alemania, ofrece la experiencia única de asistir a un concierto desde una perspectiva hasta ahora restringida a unos pocos: desde dentro de la orquesta. Codo a codo con los intérpretes y frente al director, como un músico más.

"Es sin duda algo radical, pero quería hacer que el público pudiera escuchar alguna vez nuestra orquesta como la escuchamos nosotros los músicos: cerca, intensa, vibrante", explica el húngaro Iván Fischer, director musical del Konzerthaus y creador del ciclo "Mittendrin" ("En el medio").

La idea trastoca por completo el rito del concierto tradicional. La sala ya no se organiza en dos zonas separadas -butacas y escenario-, sino en un único espacio que mezcla sillas de espectadores y de músicos colocadas de forma circular en torno al director.

Cuando se abren las puertas, los músicos ya están distribuidos. Cada asistente elige sitio junto al instrumento que prefiera. La escena produce risas y expresiones de sorpresa entre los espectadores, pero también entre los músicos: para todos es una experiencia nueva. Y pronto unos y otros comienzan a relacionarse y conversar.

"Ahora tengo que encontrar a los músicos", bromea Fischer al llegar a su púlpito, una especie de isla en el medio de un mar de cabezas. "¿Dónde están los cellos? ¿Dónde están los vientos?"

Los primeros compases no dejan lugar a duda: la sorpresa de estar "en el medio" de la orquesta es sobre todo acústica. No sólo por los sonidos que llegan desde todos los ángulos, como en un perfecto sistema de música 3D, sino también por el contacto íntimo con los instrumentos y la posibilidad de escuchar texturas mudas que se pierden en un concierto normal: el ruido del aire en la flauta, el roce afónico del arco en la viola, la resonancia que deja el timbal.

Pero Fischer aún esconde otro recurso para acercar la música al público y al modo en que escuchan los intérpretes: el concierto es también una clase magistral. El director comenta la pieza entre movimiento y movimiento -otro tabú roto- adelantando lo que se escuchará a continuación.

Con una extraña mezcla de erudición, claridad y humor, Fischer enseña a detectar la variación de un tema, pregunta si entre el público alguien baila minuetos, adelanta que la orquesta "reirá" en un movimiento con la indicación "Scherzo" (broma, en italiano) o que la sinfonía del programa (la cuarta de Johannes Brahms) es una de las pocas en la historia de la música que termina en modo menor.

"¿No es una maravilla? Cada vez que escucho esta parte se me pone la piel de gallina", dice con un entusiasmo que se contagia a un público más inmerso que nunca en la música.

Fischer también revela lo difícil que el experimento resulta para sus músicos: "En una orquesta se trata en un 80 por ciento de escuchar y en un 20 por ciento de tocar. Con esta disposición, los músicos reciben tarde y bajo el sonido de sus colegas".

Pero el esfuerzo vale la pena para el director. "Es divertido ver a músicos y público juntos y percibir la alegría que les provoca esa cercanía", cuenta.

Una hora de esa atmósfera íntima termina con una ovación y otra escena inusual: la de intérpretes y espectadores abandonando la sala juntos. Las conversaciones entre los vecinos que compartieron el concierto se extienden varios minutos, aunque unos lleven en la mano un programa y otros un violín. Nadie quiere marcharse.

"Fue increíble. Es una pena que haya terminado, me habría encantado seguir", cuenta Helene, una cantante de 23 años que presenció el concierto junto a un clarinetista. A su lado, una aficionada que lee música pregunta aspectos de la partitura al flautista.

También a Anja, maestra, le cuesta dejar la sala. "El contacto directo con los músicos es muy sorprendente. Todo se escuchaba muy diferente. Y las explicaciones del director fueron maravillosas. Repetiría la experiencia sin dudarlo".

Los músicos, por su parte, coinciden con Fischer en que la serie "Mittendrin" les presenta un desafío inesperado.

"La distancia con los colegas es difícil. Lo normal es que estemos rodeados del resto de músicos", explica Stefan Markowski. Pero el violinista celebra la cercanía con el público -"al lado tenía un señor muy amable que sabía leer música"- y el reto que representa tocar con esa configuración diferente.

La violista española Ester Alba López coincide en que se trata de "un muy buen ejercicio" aunque a veces "no suene tan limpio como a uno le gustaría". "En las cuerdas tenemos que estar super pendientes, porque no hay un líder. Tenemos que tocar con mucha iniciativa y atención, como nos dice Fischer".

Acostumbrada a un instrumento que frecuenta segundas voces, Alba López rescata también que el público mezclado entre los músicos tiene acceso a sonidos que no escucharía en otro concierto.

"Algunos se me acercan y me dicen: 'No sabía que tu instrumento tenía una parte tan bonita'", cuenta. Esos descubrimientos son los que hacen que público y músicos dejen la sala como cuando entraron: con una sonrisa.


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