martes, 29 de junio de 2010

hay rumores nuevos en la biblioteca


Hace tiempo que estoy trabajando en un libro, una guía de audición de la música antigua, atendiendo a ciertos temas que me parecen fundamentales para la comprensión del género: la relación de la música con el entorno visual del momento en que fue escrita, la exigencia de usar instrumentos y técnicas de época, la necesidad (o no) de recurrir a partituras facsimilares, etc.

Es un proyecto muy querido, que me está llevando un buen tiempo, pero que también me ofrece grandes satisfacciones, al permitirme reflexionar sobre temas que me resultan cotidianos y que día a día voy redescubriendo y puliendo, destapando nuevas aristas que por años me habían pasado desapercibidas.

Junto a la cantidad de páginas escritas crece la ansiedad por dar a conocer el trabajo (¡mis amigos me escuchan hablar del tema todo el tiempo!), por lo que hoy transcribo aquí un par de párrafos de uno de los capítulos iniciales, que habla sobre lo moderno de escuchar música antigua. Aquí se los dejo. Bienvenidos sus comentarios, sugerencias e ideas..

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La música antigua ya forma parte de nuestro entorno musical, de los que dedicamos nuestra vida a entenderla, descifrarla y comunicarla, de aquellos que la disfrutan desde abajo del escenario, e incluso de los que no le encuentran sentido.

El gran inconveniente es que podemos intentar reconstruír en gran parte al intérprete de época, pero no al público de época. Podríamos elegir, de ahora en más, escuchar solamente obras de los siglos X al XVIII, pero nuestra experiencia auditiva pasó alguna vez por los románticos, los posrománticos, las vanguardias de todo tipo, jazz, folklore, rock and roll, cumbia, la ridículamente llamada músicamelódica (¡como si la mayoría de los estilos musicales no tuvieran melodía!) y hasta los cantos de las hinchadas de las canchas de fútbol. Pero además tenemos otros tiempos, otras lecturas, otras imágenes en mente, y sobre todo, otra manera de vivir la sociedad, que también es distinta. A veces quisiéramos un mundo sonoro a la antigua, pero sin perder por ello ninguna prerrogativa de la actualidad. Tenemos entonces que hacer vivir el arte de otra época pero haciéndolo coexistir con las nececidades, usos y gustos de la nuestra. Surgen entonces atractivos géneros híbridos, propios de nuestro tiempo: recitales de danzas antiguas con coreografías contemporáneas, fusión de estilos preclásicos con manifestaciones de otras extracciones, atractivos videoclips de música antigua (donde el sonido intenta respetar las normas interpretativas del pasado en combinación con los códigos visuales de avanzada); y por supuesto, nuevos emplazamientos de la escucha: conciertos barrocos en la ruta a través del equipo de audio de un automóvil, canto gregoriano en la ciudad, saliendo de auriculares alimentados por un reproductor personal portátil propiedad de un corredor de bolsa, Vivaldi en la sala de espera del dentista o un aria de ópera de principios del XVIII a todo volumen como parte de la banda sonora de una película.

Es que nos atrae tanto este tipo de música, justamente, porque somos dignos hijos de nuestro tiempo.

jueves, 24 de junio de 2010

Acuarelas del camino, segunda entrega



Posteo hoy una dilatada segunda entrega de las acuarelas que pinté hace un año en el Camino de Santiago. A lo largo de los varios cientos de kilómetros que caminé entre Saint Jean Pied de Port y Santiago de Compostela, pinté unas veinticinco acuarelas (¡y saqué más de tres mil fotos!), con la idea de captar imágenes no sólo con la cámara o la memoria, sino también con el análisis.

En diciembre hice un posteo de cinco, aquí van cinco más. Si quieren ver las anteriores, busquen en el archivo del blog, la entrada del 8 de diciembre del año pasado.

Que disfruten de la segunda serie. Bienvenidos sus comentarios.


Puente la Reina, al fondo la Iglesia de Santiago



Azofra, Iglesia de Santa María



León, Iglesia de Santa María del Camino



Los Arcos, Iglesia de Santa María



Navarrete, Iglesia de la Asunción

lunes, 21 de junio de 2010

Escuchar el mármol

El arte del Barroco modificó la materia hasta hacer posible lo hasta lo más inverosímil.

Hoy les propongo mirar estos cinco rostros de escuculturas de Bernini, para que escuchen al mármol en los suspiros de Teresa, la respiración agitada de David, los gemidos de Proserpina, un grito de Dafne y los aullidos del Alma Condenada. Se hace real entonces el "oír con los ojos" de Sor Juana, y el "escuchar con los ojos a los muertos" de Quevedo.






jueves, 17 de junio de 2010

Feeling Asterix (parte 13 del relato del Camino)


Posteo hoy uno de los relatos finales de mi experiencia del año pasado, transitando como peregrino el Camino de Santiago. Mis actividades de los últimos meses han hecho que interrumpiera la publicación de estos textos, que envié por mail hace trece meses a mis amigos íntimos y familiares. Si los lectores quieren leer los anteriores, busquen las entradas al blog con la etiqueta "Camino de Santiago".


Hola a todos

Hoy seré breve, pues estoy en un pueblo mínimo, donde hay UNA computadora para toda la gente, y hay quienes esperan para usarla.

Finalmente llegué a Galicia esta mañana, y estoy en O Cerbeiro. Es un pueblo un tanto artificial, demasiado reconstruido, con pretensiones "pueblo prehistórico". Entonces es como si fuera un parque temático de Asterix, con casitas con techo de paja y chozas circulares, tiene su gracia, pero muy efímera (hasta que te das cuenta de la artificialidad del entorno). Es alto, y hace un poco de frío, sin embargo el día es soleado, primaveral y feliz.

Esta mañana, cuando llegué al hito que marca la entrada a Galicia, y me dí cuenta que me quedan SÓLO 150 km para llegar a Santiago, me dio algo así como una tristeza. Se acaba el camino, aunque aquí todos dicen que "vas a Santiago, pero a Santiago nunca llegas", o que "comienzas el camino, pero nunca lo terminas". No sé qué decir. Por supuesto que ya me tentaron con nuevos caminos: "que si coges tal vas por Palencia, y pasas por tal, tal y tal santuario románico", "deberías coger la vía de la Plata, y disfrutarías de tales sitios", "si te animaras por el camino del norte verías toda la costa", "desde Madrid pasas por lugares históricos, hay más fauna y nunca caminas por carretera"... Ah!... claro que me gustaría volver. Ya veremos.

Les agradezco a todos sus mensajes. En algùn momento iré respondiendo, pero sepan que los he leído a TODOS, y que me llenan de alegría, de risa a veces y en algunos casos, de orgullo.

Saludos a todos y hasta la próxima

Ramiro

Peregrinos deambulan por las calles de O Cebreiro

domingo, 13 de junio de 2010

devociones technicolor

el monograma del Nombre de María en un púlpito de San Ignacio de Moxos

La semana pasada presentamos el CD de la Capilla del Sol, en el que reconstruímos un oficio religioso en las Misiones Jesuíticas de Bolivia, tal como pudo haber sido celebrado a mediados del siglo XVIII. Posteo a continuación el texto que escribí para el booklet del disco, un acercamiento a la estética musical de aquellos sitios. Tal como he ofrecido por otros medios, sabiendo que el disco no tiene distribución masiva ni global, ofrezco enviarle, a quien quiera, algunos tracks de la grabación, lo que más queremos es que nuestro trabajo se difunda, más allá de las ventas. Si quieren recibirlos escríbanme a ramiroalbino@hotmail.com.

Los colores de la devoción

El repertorio de este disco es la síntesis de un trabajo sostenido durante años. Fruto de viajes, lecturas, cavilaciones y fantasías. Tras recorrer diferentes rutas misionales, disfrutando el contacto con la exuberante naturaleza que rodea a las antiguas misiones, y analizando y aprehendiendo la impronta cultural indeleble que la Compañía de Jesús dejó en pueblos y ciudades, hemos llegado a este resultado hipotético acerca de la reconstrucción musical de una misa en las Misiones Jesuíticas de Bolivia, tal como pudo haber sido celebrada y cantada al promediar el siglo XVIII.

La gran particularidad de lo que hoy llamamos el Barroco Misional es la mezcla de estilos. A lo largo de casi dos siglos, estos pueblos, recibieron misioneros de Alemania, Argentina, Bolivia, República Checa, Chile, España, Francia, Hungría, Italia, Paraguay, Perú, Polonia y Suiza. Se comprende entonces que las influencias artísticas fueron diversas, y que lo que se vivía entonces era una suerte de “estilo internacional”. A esto hay que agregar que una idea rectora del sistema misional era su aislamiento del modo de vida de las colonias ibéricas, si bien vivían al amparo del sistema legal español. Estas circunstancias hicieron que las manifestaciones artísticas que se desarrollaron en un contexto tan especial, fueran diferentes de aquellas que asociamos a priori cuando se habla de “Arte Barroco Americano”.


María Auxiliadora, y dos ángeles. En un altar de la reducción de Concepción

Pese a las distancias, las reducciones eran fieles a Roma y al Papa. Y tenían una intensa actividad litúrgica de acuerdo a los cánones europeos de la época. La vida en la iglesia de la Contrarreforma era inconcebible sin música, y se importó entonces a estos pueblos el modelo de las Capillas musicales: conjuntos de músicos profesionales dedicados al arte musical en la iglesia. La gran diferencia es que estos grupos no siempre tenían un Maestro de Capilla profesional, que se encargara de dirigir a los músicos y de mantener el repertorio actualizado, presentando novedades en cada fiesta o celebración. Lo que había, entonces, era archivos que se nutrían del repertorio traído por los misioneros o escrito en aquellas reducciones donde hubiera un compositor. Cuando era necesario elegir la música para una celebración, se seleccionaba material del archivo, teniendo en cuenta los textos de las obras y el orgánico disponible, pero sin buscar la coherencia temporal ni estilística, en concordancia con un modo de vida que permanecía aislado de las modas.

Con ese mismo criterio armamos nuestro oficio, que no responde al propio de ninguna fiesta. El objetivo no fue ser fieles a la liturgia, sino revivir el modelo sonoro de aquellas celebraciones en las que coexistían piezas compuestas para el grupo profesional, cantos devocionales en lengua vernácula, danzas, y aclamaciones y respuestas del celebrante y el pueblo.


Otro detalle del púlpito de Moxos


Un rasgo distintivo de la Compañía de Jesús es su sostenido interés en el intercambio epistolar entre sus miembros. El mismo San Ignacio se encargó de mantener cohesionado a su primer grupo de compañeros mediante una importante y fluida comunicación escrita. Es así que desde las misiones se notificaba y comentaba todo a los provinciales y a Roma. Gracias a éstas y otras fuentes iconográficas y textuales, y a las partituras e instrumentos conservados, es que manejamos muchos datos sobre su praxis musical. Esto nos permite reconstruir el fuerte colorido del mundo sonoro que acompañaba la vida de las misiones.

Algunas partituras del repertorio grabado en este disco indican que deben tocarse con violines, cello, órgano, arpa y fagot. Otras no especifican los instrumentos, dejando su elección al criterio de quien las aborde. Siguiendo la práctica de la época hemos instrumentado el continuo, y agregamos flauta y percusión en algunas obras. Algo que puede resultar llamativo es la inclusión de los violines doblando las voces en algunos momentos de la misa de Torrejón y Velasco. Para tal decisión nos basamos en otras obras de los archivos misionales en las que se utiliza este mismo recurso, coloreando las partes vocales y engrosando su caudal sonoro, aún cuando los violines no suelen aparecer en la música española del siglo XVII.

La inclusión de instrumentos de percusión en el contexto litúrgico responde a necesidades del repertorio. En primer lugar tenemos en cuenta que en las misiones se mantenía la costumbre de danzas sagradas como parte de los oficios, lo que se evidencia en los archivos donde hay cantidad de música para bailar. Diego de Eguiluz (1696) señala: “…al entonar la Gloria entran varios géneros de danzas a la iglesia. Pero además consideramos una de las fuentes iconográficas fundamentales del barroco misional: el friso de la iglesia de Trinidad, en Paraguay, donde aparece una orquesta de ángeles músicos con diversos instrumentos, incluyendo maracas. Llama la atención que éstos sean los únicos que tienen un pie de frente, con el que parecen marcar el pulso. Los misioneros dejaron textos sobre el modo de bailar de los indios, y hemos intentado reconstruírlos acústicamente. “Con hilos gruesos tejen una red. De ella cuelgan todas las garras de ciervos, pequeñas conchas y caracoles que pueden; con esta red se ciñen los lomos, de forma que caiga sobre la espalda y luego inclinando medio cuerpo, la arrojan y la atraen con cierta fuerza, para aumentar el ruido con el choque fuerte, pero de tal manera que no se aparte ni un pelo de la melodía” (Francisco Javier Eder, 1791).

Para enriquecer aún más el colorido instrumental hemos recurrido a campanas grandes (las de la iglesia de San Xavier, en Chiquitos) y pequeñas, acompañando la procesión de entrada, coloreando algunas danzas e incluso haciendo melodías, suponiendo que aquellas conservadas en el coro de la iglesia misional de Santa Ana de Chiquitos eran para eso, y al uso de ciertos registros de órgano como el de Pájaros, del que tenemos evidencia en un texto escrito por Florian Paucke en 1762: “Yo tenía en él [órgano] cuatro pequeños registros que representaban una gritería de aves, ésta era especialmente grata a mis indios y por ello merecí que ellos me denominaran un hechicero”.

Finalmente, lo que podemos considerar, aún sin poder reconstruirlo, es el entorno de celebración en el que se escuchaba esta música. Durante los días de fiesta, el mundo cotidiano se transformaba, pero aún así no perdía su esencia. Se engalanaba los frentes de las casas principales, la iglesia era decorada por dentro y por fuera, y se llenaba la plaza misional de ornamentos. Las vestimentas y enseres litúrgicos que se usaba eran especiales y más ricos. Había más luces y se perfumaba el aire con pebetes e incienso. Cambiaba incluso el toque de campanas. Lo mismo de siempre, pero cada vez distinto.

El jesuita Jaime Oliver, tras la expulsión, escribió con nostalgia:

“El día de la fiesta se predicaba del santo misterio, y después se cantaba con gran solemnidad la misa, a la que asistía todo el cabildo vestido ricamente. (…) Seis u ocho muchachos vestidos de ángeles con sus guirnaldas de luces en las manos, ocho o diez muchachos acólitos con sus sotanillas de granilla bien hechas, y sus ricos roquetes bordados unos y otros con puntas de encajes finos. Para aquellos días se alhajaba particularmente la iglesia y el presbiterio, y se iluminaba muy bien. La música de voces e instrumentos según la mayor solemnidad del día, se había preparado y lo hacían con particular primor. Todo respiraba devoción y alegría”.

No pretendemos reconstruir aquella vida. Intentamos acercarnos a sus sonidos, y gracias a estos ver con la vista de la imaginación, según la idea de San Ignacio, un poco de lo que fue aquel modelo social y cultural.

Ramiro Albino


Concierto de la Capilla del Sol en San Xavier (Festival Misiones de Chiquitos, 2008)

Paisaje moxeño

martes, 8 de junio de 2010

Presentamos el CD de la Capilla del Sol

Anoche presentamos el CD de la Capilla del Sol, en un cálido concierto en el Museo Isaac Fernández Blanco, del cual el grupo es "residente". Previo a la ejecución musical hubo palabras de autoridades del museo, de la Asociación de Amigos y una breve introducción mía al trabajo del CD, y a las particularidades del repertorio. Además de hablar acerca de la música, de la realidad de las misiones y de la procedencia de los misioneros, hice mención a lo que he reflexionado mucho estos días con respecto a los proyectos (de cualquier índole), que no son sino el producto de una suma de voluntades ínfimas, que toman cuerpo sólo al unirse. ¡Y es algo tan obvio, pero al mismo tiempo tan magnífico!.

Mis ganas de grabar un repertorio al saber que ya tenía un discurso organizado como para poder gritarlo a través de un CD, el deseo de las autoridades del museo para conseguir el dinero, la opción de los músicos de enclaustrarse a grabar dos días enteros de verano (y buena parte de sus noches), el afán de perfección de los técnicos en cada detalla de preciosismo, la intención del público de moverse hasta el museo al final de una tarde de frío, el ahinco de los bolivianos cuidando durante siglos (si-glos) un archivo de manuscritos que no entendían, y antes de eso la opción de tantos jesuitas que trajeron a América el repertorio de sus países al que cuidaron en viajes de miles de kilómetros. Todas esas voluntades juntas, aún cuando no parezcan interconectadas en el tiempo, el espacio, o el fin, permiten que se concrete un proyecto aparentemente tan sencillo como grabar un disco y luego ofrecerlo en un concierto.

Muchos de los que fueron anoche y compraron el disco hoy ponen "play" en sus reproductores, y en ese mismo momento toman sentido todos nuestros deseos y cuidados, y los de quienes preservaron las partituras, las copiaron o las compusieron, los de aquellos maestros de música hoy anónimos, y los de quienes levantaron esas misiones.

Sobrevaloramos muchas veces la inteligencia, olvidándonos de la voluntad como si fuera algo que siempre está, porque sí nomás. Brindo hoy por el final del trabajo de nuestro disco, y porque seguimos conmoviéndonos al sumar voluntades. ¡Salud!



viernes, 4 de junio de 2010

la fiesta invisible


Hace exactamente un año, el 4 de junio de 2009, llegué a Santiago de Compostela, como peregrino. Caminé desde Saint Jean Pied de Port (pirineos franceses) hasta Galicia a lo largo de 34 días. Fue una experiencia única e intensa.

Al volver me pidieron una nota sobre el viaje para la Revista del Teatro Colón, que escribí lleno de alegría, aún en estado de peregrino, e intentando poner de nuevo los pies sobre la tierra. La transcribo a continuación, ojalá la disfruten.

La fiesta invisible

La vida es un viaje experimental, hecho involuntariamente. Es un viaje del espíritu a través de la materia y, como es el espíritu quien viaja, es en él donde se vive. Hay, por eso, almas contemplativas que han vivido más intensa, más extensa, más tumultuosamente que otras que han vivido externas. El resultado lo es todo. Lo que se ha sentido ha sido lo que se ha vivido. Uno se recoge de un sueño como de un trabajo visible. Nunca se ha vivido tanto como cuando se ha pensado mucho.

Fernando Pessoa, 26 de marzo de 1932


Quienes dedicamos gran parte de nuestro tiempo al arte y a su comunicación, nos encontramos a menudo con teorías y reflexiones que complementan nuestras cavilaciones diarias sobre el ejericio y el desarrollo de nuestra actividad. Muchas veces consideramos que las ideas exceden nuestro marco de referencia conceptual, o que no tienen mucho que ver con nuestro hacer cotidiano, por lo que suponemos que hay pensamientos que sólo tienen sentido en la experiencia personal de sus autores, o que no pueden pasar de un plano teórico para convertirse alguna vez en certezas aplicables.

Sin pensar en revelaciones ni en transformaciones me aventuré durante el pasado mes de mayo en el Camino de Santiago, recorriendo los cientos de kilómetros que separan Saint Jean Pied de Port (Pirineos franceses) con la catedral compostelana. Sin proponérmelo un día descubrí que estaba experimentando lo que hasta hace unos meses era sólo teoría escrita.

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El Camino de Santiago tiene su origen en el siglo IX. La historia-leyenda nos cuenta que un grupo de gente vio luces y escuchó “canciones angélicas” en un bosque de la actual Galicia. Encontraron luego un túmulo y rápidamente lo identificaron como como la tumba del Apóstol Santiago. El hallazgo se difundió por toda Europa, dando origen entonces a un peregrinaje incesante hacia el nuevo santuario. Hubo que reconstruír antiguas vías romanas y fundar pueblos y hospederías para los viajeros. España no volvería a ser la misma tras recibir influencias culturales de todo el continente, Europa tampoco.

Y el camino siguió vivo a lo largo de los siglos (con períodos de franca agonía, por cierto), y su primitivo significado religioso fue sufriendo transformaciones y deformaciones, en sintonía con el pensamiento y las ideas de cada momento. Hoy tiene un nuevo auge, promovido por algunos como itinerario turístico y por otros, de las vertientes más diversas, como vía espiritual para quienes buscan un mayor encuentro consigo mismo.

Así es que, año a año, miles de personas dejan todo por unos días y hacen el camino a pie, a caballo o en bicicleta. Los peregrinos son mayormente europeos (especialmente españoles y alemanes), aunque allí se ve gente de todos los países y continentes. Un antiguo canto de peregrinos españoles que he interpretado con diversos grupos de música antigua dice, refiriéndose al Santuario de Montserrat: “Concurrunt universi gaudentes populi / divites et egeni, grandes et parvuli” (Vienen de todo el mundo, alegres las naciones / ricos y pobres, grandes y pequeños). Y esto sigue siendo real y tangible en nuestro tiempo. Cantidad de gente con su “uniforme” de peregrinos (aunque parezca mentira, hay un moderno atuendo de peregrino en el que sin darnos cuenta caemos todos: zapatos de senderismo, ropa de secado rápido, capa de lluvia y la infaltable vieira colgando de la mochila), todos somos iguales ante el camino; compartiendo calor, sed, cansancio, sueño o alegría. Todos con la misma preocupación por la lluvia que se acerca o idéntica sonrisa al acercarse a la meta de cada día.

De algún modo podría sintetizarse al camino como una intensa posibilidad de experimentar la condición humana (la propia y la ajena) desplegada al máximo, sin las trabas que pone para ello la vida diaria. Y el marco que da ese “universo andante” es ideal para descubrir el mundo, y para ver de pronto, con asombrosa claridad, nuestro lugar en él.

Caminamos toda la mañana, todas las mañanas, y llegamos a los albergues pasado el mediodía. Allí ordenamos nuestras cosas, lavamos la ropa del día, preparamos nuestro almuerzo y organizamos una tarde de descanso, reflexión o vida social, de acuerdo a nuestros gustos o intereses.

Al llegar a un bar, en cualquier parada del camino, saludamos, como si fuéramos de la casa, como clientes habituales, luego nos sentamos junto a cualquier persona, en donde haya un sitio libre. Nadie se sorprende, somos todos peregrinos, y estamos en igualdad de condiciones y de posibilidades. Con los días van cayendo las máscaras y entonces descubrimos las particularidades e individualidades, el personaje que culturalmente hemos ido construyendo y que disimula nuestra humanidad. Pero eso no vale de mucho porque al día siguiente hay que seguir caminando y frente a eso, y al polvo del camino, no hay caracterización que pueda ayudar. Y es en esta universalidad de particularidades donde se comparte la grandeza de ser y las miserias de sufrir, convirtiendo la experiencia en una fiesta inclusiva que congrega a ese pequeño cosmos caminante donde hasta en la soledad nos sentimos acompañados.

Tras varios días, al igual que ocurre con casi todo, uno se acostumbra a las cosas, y las toma con naturalidad: Levantarse al alba en un cuarto compartido con mucha gente (¡a veces éramos cientos durmiendo en el mismo recinto!), desayunar y salir al camino, andar toda la mañana y llegar al próximo pueblo a mediodía. Tras una ducha, almorzar y descansar un poco para salir luego a conocer el pueblo, pintar una acuarela (hice una simpática serie de iglesias de pueblo) o salir a sacar fotos (en este viaje me entusiasmé con los cerrojos y picaportes de las casas antiguas). Finalmente preparar la comida con tiempo de terminar de lavar todo temprano para estar en la cama lo antes posible.

Sin embargo, una mañana mientras caminaba, recordé el postulado de Gadamer acerca del arte como “juego, símbolo y fiesta”, y entonces la nueva rutina cobró otros significados. En primer lugar, desde es situación congregante que tiene un discurso propio e integrador, traje a mi mente la idea de “fiesta”. Tal como explicaba el pensador alemán: olvidamos a meta y nuestro fin se convierte en celebrar en todo momento, “aprendiendo a demorarnos”. El tiempo pasa a ser otro, el pasado y el presente se tornan simultáneos con la ayuda de ese paisaje pretérito por el que circulamos y que permanentemente vamos reconociendo y descubriendo como permanente aunque sea fugitivo. ¡Pero si eso es exactamente el Camino de Santiago!

Llevamos sólo lo indispensable, y a medida que pasan los días vamos dejando todo aquello que está de más y que nos agrava la mochila, metáfora visible de nuestros lastres cotidianos. Es por eso que vivimos las cosas elementales con intensidad, no sólo por supervivencia, sino además por agradecimiento. Y este despredimiento nos hace comprender al camino también como un gran ejercicio perceptivo promovido además por un involuntario pero necesario desprendimiento de muchos elementos culturales, que nos permite recuperar la mirada. Algo contrario a lo que decía Franz Kafka con respecto al cine: “no es la mirada la que se apodera de las imágenes, sino que son éstas las que se apoderan de la mirada. Inundan la conciencia”. La vivencia del camino es totalmente opuesta, nuestra mirada rastrea, persigue y captura imágenes en un fluír constante, y aparentemente irreflexivo.

Atravesar a pie un país supone circular por geografías diversas, por todo tipo de vías y por todas las condiciones climáticas que conocemos o creemos conocer. Y como todo es distinto a lo que estamos acostumbrados, vivimos sorprendidos por un sin fin de paisajes e imágenes que nos asaltan a cada momento.

Podemos ver esta actitud-actividad a la luz de las ideas de Delheuze, quien, inspirado en Foucault, decía que pensar es, en principio, ver y hablar, pero a condición de que el ojo no se quede en las cosas y se eleve hasta las “visibilidades”, a condición de que el lenguaje no se quede en las palabras o en las frases y alcance los enunciados”. El mismo autor nos dice en otro texto que “hablar no es ver” (explicando que solemos poner el lenguaje al límite cuando lo usamos para referirnos a aquello que no podemos alcanzar con la mirada), y en el Camino de Santiago todo el tiempo se ve cosas, para las que luego no podemos encontrar muchas palabras para poder expresarlas. Casi sin darnos cuenta, vivenciamos otra importante teoría de Foucault, aquella de la vida como obra de arte, esa “estética de la existencia”, propuesta a la luz de las ideas clásicas.

Ocurre entonces que al dejar todo lo que es superfluo, no nos damos cuenta, pero estamos abandonando también muchas palabras y textos que acostumbramos a leer y a interpretar, y que estaban ocultando a otros tantos que comienzan a aparecer de manera sutil y permanente. Y aunque parece imposible, tras días de marcha y de amplios silencios, logramos leer en lo invisible. Descubrimos que podemos deletrear la naturaleza, y aprehender su texto que antes no veíamos, y al que quizás sólo podamos transmitir alguna vez con actitudes, pero jamás con palabras. Nuevamente se hace presente la teoría de Gadamer, desde esa hermenéutica permanente del entorno y de nosotros mismos. Y es que, mientras hacemos transcurrir nuestra existencia entre lo que somos y lo que queremos ser, el Camino de Santiago nos permite comprobar, nuevamente, que la fuerza humana va mucho más allá de lo que creemos a priori y de lo que vemos a diario. Nos reencontrarnos con la posibilidad creadora y reparadora que tenemos a nuestros pies para volver a construír con nuestro esfuerzo, y sin ninguna otra ayuda, una catedral sobre nosotros mismos.

Ramiro Albino

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