lunes, 12 de julio de 2010

La recta final, en Galicia (parte 14 del relato del camino)

El año pasado, recorrí a pie el trayecto que une el pueblo de Saint Jean Pied de Port (pirineos franceses) con Santiago de Compostela. Fue un viaje increible que me dejó gran rédito personal, y que recién ahora estoy pudiendo capitalizar en mi interior. Desde allá fui escribiendo, en tiempo real, mails a mis familiares y amigos más allegados. Desde mi vuelta, con cuentagotas, como quien resguarda su tesoro, los he ido publicando tras una breve edición. Posteo hoy el relato que escribí el 29 de mayo, desde Sarria).

Hola, hola...

Hoy les escribo desde Sarria. Estoy en un locutorio tercermundista donde una negra inmensa habla a los gritos a algún país africano, al tiempo que grita a su hijito que se porta pésimo y corre y canta más fuerte de lo que la madre habla (para llamar la atención, por supuesto). Un delicioso reducto del subdesarrollo en Galicia.

Tras haber dejado la agobiante meseta castellana y la sierra leonesa, el paisaje fue tornándose barilochesco y hace un par de días que estoy en Galicia, que es un inmenso y ondulante paisaje verde y campesino. Por aquí no hubo grandes conquistas medievales, ni hay tumbas de santos, caballeros o reyes. Tampoco se libraron en estas tierras batallas memorables, ni se escribieron cantares de gesta, romances o fantasías de ningún tipo. Es el campo, y así es todo, un entorno rural y sencillo en el que terminaré el camino, entre el olor a bosta de las vacas, las urracas, los mirlos, alguna lagartija, y los caseríos de piedra.



Hoy cumplo exactamente un mes de peregrinación, de caminar a paso lento, y de ver notables avances a todo nivel. Un mes de levantarme al amanecer y de ver cómo el paisaje cambia a cada paso, de la compañía de las flores y los pájaros, del sol de la mañana en mi espalda y del mediodía en mi cabeza, de la satisfacción de encontrar una fuente en medio de la nada, de ver pasar junto a mí al universo caminante, de sentir mis pasos en la tierra, las piedras, el cemento o el barro. Un mes de cielo y de horizontes, de sensibilidad y de gran alegría. Me quedan sólo 120 km, y estaré llegando a la tumba del Apóstol el miércoles a mediodía.



No hay mucho para contar en el poco tiempo que tengo hoy.

Una de las cosas que más me llamó la atención fue ver, hace un par de días, cómo trabajaba una vaquera en la falda de una montaña. La mujer tenía unas diez vacas, un burro y un perro pastor. Desde la carretera gritaba al perro en un gallego cerrado e incomprensible, y era increíble lo que lograba. El perro llevaba las vacas hacia arriba, como ella quería, y luego bajaba un poco para ver cómo seguir. La mujer seguía gritando (el perro estaba a unos 100 metros aprox), y entonces iba tras el burro, al que también debía subir. El burro lo
coceaba, y el perro esquivaba con maestría las patadas, mientras ella sostenía sus gritos (es increíble que el perro pudiera escuchar aquello, y sobre todo que pudiera entender qué hacer en cada momento). Me quedé unos quince minutos viendo esto, porque me pareció increíble, mientras que ella pareció no haber reparado nunca en mi presencia. Créanme que era magistral.

Por lo demás, todo sigue igual. Los albergues gallegos nos dieron la feliz novedad de las sábanas descartables, por lo que podemos dormir mejor, siempre y cuando los alemanes nos lo permitan. Son mayoría, y representan lo más maleducado que hay entre estas gentes. No sólo porque hablan a los gritos a las cuatro y media de la mañana, sino porque además ignoran a todo el resto, desde el pedestal ario al que parecen estar todos subidos. Comen como animales, eructan fuerte, ríen brutalmente mientras toman cerveza, y se quejan de que los españoles no comprendan el alemán, “habiendo tantos germanos por acá”. Se acercan a veces a preguntar algo en inglés, y aunque les responda en alemán, ellos siguen hablándome en inglés, evidentemente no pueden soportar que un sudaka de cuarta como yo se llene los labios con las gemas de su lengua. El summum fue anoche, cuando una parejita teutona que se armó en el camino decidió pasar su noche de bodas en la litera de arriba de la que yo dormía. Sin palabras...

Bueno, queridos, los dejo por hoy.

Besos y abrazos de pulpo gallego, con pimentón, aceite de oliva y sal "gorda".

Hasta pronto

Ramiro

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