martes, 17 de enero de 2012

París en el subte


Vuelvo al blog tras un par de meses sin publicar nada. Es que me dí cuenta que estaba aburrido de postear siempre cosas relacionadas a la Música Antigua, a mis conciertos o al medio cultural. Si bien todo eso forma una parte importantísima de mi tarea profesional, no es lo único (también soy diseñador gráfico, escribo notas sobre turismo y viajes, pinto y escribo regularmente). Me resulta más fàcil e instantáneo postear en facebook, o escribir ciertas cosas por mail a mis amigos, pero claro, esas actividades son para algunos pocos, mientras que este espacio es más público.

Y por otro lado descubrí y reconsideré algo tan sencillo y obvio como que este es MI blog, y no un espacio supuestamente profesional o un suplemento de espectáculos. Intentaré entonces darle un cariz más personal, y variado al espacio. Quizás algunos lectores se sientan decepcionados (esos que creen que vivo en un sitio rodeado de muebles oscuros e instrumentos antiguos, tocando como una máquina), y seguramente habrá otros que disfruten de mis ideas, cavilaciones, pasiones y diversiones. Bienvenidos, nuevamente.




Hace tiempo que en mi casa leo sólo libros técnicos o de estudio (ensayos, tratados, textos científicos). La literatura ha quedado relegada-reservada para otros ámbitos como los largos viajes en ómnibus, tren o subte, o para los pocos momentos playeros que se suceden sin orden a lo largo del año, o las colas de banco o salas de espera.

Cuando era chico leía en la cama antes de conciliar el sueño, o en los ratos libres de la siesta mientras los grandes dormían y no se podía hacer ruido. Ninguna de esas posibilidades existe hoy, ya que si me acuesto con un libro en la mano me quedaré dormido antes de haber disfrutado de una carilla de lectura, y acostarme después de almuerzo es imposible durante la mayor parte de las tardes de mi vida. Aprovecho entonces los medios de transporte, a los que he convertido en ruidosa e hiperdinámica sala de lectura, para inmiscuirme en los magníficos mundos que me propone la literatura. Disfruto así de los viajes, llegando incluso a lamentar el momento de bajarme en la parada o estación de destino, sintiéndome de pronto arrancado del universo en el que estaba.

Cada vez somos menos los que leemos libros o revistas en el transporte público. Buena parte del pasaje aprovecha el tiempo en leer y enviar mensajes de texto, o en meterse a redes sociales desde sus celulares con Internet, otros escuchan música, conversan o van sumidos en sus pensamientos con la mirada perdida o la boca entreabierta.

Sin embargo, más allá de eso, hace un par de días se me ocurrió una idea poco probable, pero llena de poesía. Iba en el vagón del subterráneo, lleno de gente, rodeado de los típicos personajes de siempre, y leyendo una novela que transcurre en París. En la otra punta iba una chica, con un libro de características similares al mío, aunque forrado con papel de revista, obviamente para preservar su cubierta. Pensé entonces en la remotísima posibilidad de que estuviéramos leyendo lo mismo, y que si bien ambos nos desplazábamos por Buenos Aires, teníamos nuestra mente en el París indefinido al que nos llevaba la autora, y que seguramente no coincidía en nuestras imaginaciones, pero que de todos modos, desde la objetividad, era el mismo. O quizás esa señora o aquel viejo que estaban más allá también leyeron ese libro antes de salir de sus casas a tomar el subte, y parte de su imaginación quedó ahí.

Imaginar sobre la posible imaginación de quienes nos rodean. Imposible saber qué hay de cierto, pero al mismo tiempo me encanta considerar la mínima factibilidad de la idea, que complementa los pensamientos que me despierta el texto y los que me obliga a tener la vida misma.

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