jueves, 14 de julio de 2016

Adiós al ¿último? pionero



Posteo a continuación una nota que publiqué en el último número de Revista Cantabile (Cantabile Nro. 84, Julio-Agosto 2016). Es una semblanza-homenaje a Nikolaus Harnoncourt, tras su muerte en marzo de este año. El texto completo de este artículo no fue incluido en la versión web de la revista, que pueden consultar en www.cantabile.com.ar

El pionero de los descubridores
Texto. Ramiro Albino

Hace unos meses murió el gran Nikolaus Harnoncourt, un director de orquesta que trabajó mayormente desde la música antigua, abriendo nuevos caminos que contagiaron su manera hermenéutica de trabajar aún a aquellos no adscriptos a movimientos historicistas. En el número anterior de Cantabile mencionamos brevemente la noticia, pero consideramos que su inmensa figura debe ser especialmente recordada, por lo que queremos no sólo celebrar su herencia, sino también rendir un homenaje a quien cambió en parte la manera de hacer y escuchar la música clásica.

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Muchas veces, y sin pensar demasiado, aceptamos desde la platea, que la música suena como la escuchamos "porque así está escrita", ignorando lo que pasa en los ensayos de una orquesta o conjunto, cuando el director o los miembros del ensamble deciden qué hacer y cómo.

Hay repertorios que responden a nuestro presupuesto, y que fueron compuestos y volcados a la partitura de tal manera que con sólo leer, entender y seguir las pautas escritas, aseguran el resultado que el autor tuvo en mente al llevar sus ideas al papel. Pero la mayor parte de la música no tiene tantas indicaciones, ni ofrece tantas pistas al músico curioso que se acerca a leerla. Aquí es donde se encuentra el repertorio que el mercado llama música antigua.

A eso se dedicó Harnoncourt desde joven, a revivir los estilos anteriores al clasicismo. Redescubrió obras, instrumentos y tratados, y con todo eso creó, junto a un puñado de colegas ávidos de novedades, una nueva manera de acercarse a la partitura que devino en novedades acústicas que sorprendieron al público de mediados del siglo pasado. Su música sonaba diferente porque tenía otros tempi, porque la articulación era más marcada y porque las intensidades del sonido eran trabajadas de una manera distinta que la mayor parte de los directores o conjuntos. Y lo que hacía que todo esto fuese especial y novedoso era que el joven director usaba instrumentos originales o réplicas exactas de aquellos que conocía o utilizaba cada compositor, pero además que estudiaba tratados de la época de cada obra, intentando así comprender el pensamiento de autores e intérpretes del pasado buscando la autenticidad no sólo desde la herramienta, sino también desde el concepto.

Podríamos decir que su carrera tuvo dos aliados fundamentales: su mujer, la violinista Alicia Hoffelner, que a lo largo de toda su carrera fue cómplice y soporte de sus búsquedas y experimentos sonoros; y sus grabaciones para sellos de gran distribución, que en los años de esplendor del consumo de discos (su primera grabación fue en 1962, obras de Purcell para el sello Telefunken/Teldec), llevaron sus ideas por todo el planeta, haciéndolo famosísimo, conocido y requerido de un innumerable público internacional, convirtiéndolo en un verdadero ícono de la interpretación con criterios historicistas. Pero al tener tanta trayectoria y prestigio, de a poco fue convocado por prestigiosas orquestas que tocaban con instrumentos modernos, que no pretendían cambiar su orgánico, sino que habían descubierto que las versiones del director vienés (que en realidad era alemán, pero en su sentir era austríaco) decían cosas que ellos no sabían pronunciar.

Quizás sea este el mayor aporte que hizo Harnoncourt a la interpretación musical contemporánea, el haber planteado nuevos métodos de análisis, centrados en su contenido discursivo-retórico, intentando encontrar la idea que guió el pensamiento del compositor, analizando su contexto y sobre todo, comunicándola con una elocuencia basada en aquella con que se dicen los textos verbales.

Y si bien gran parte de su aporte fue un método de trabajo para los músicos, siempre tuvo presente al público, al que le dedicó dos libros interesantísimos para comprender mejor la música antigua: El diálogo musical (editado en castellano por Paidos) y La música como discurso sonoro (editado por El Acantilado); y uno dedicado a la música del romanticismo: La música es más que las palabras: la música romántica, entrevistas y comentarios (también del catálogo de Paidos).

El 5 de diciembre del año pasado, en la víspera de su cumpleaños número 86, Nikolaus Harnoncourt, se anticipó a la celebración de su longevidad comunicando que abandonaba su carrera por falta de fuerzas físicas, bajándose de podios y escenarios. El anuncio fue hecho mediante una esquela manuscrita que se copió y adjuntó al programa de mano de un concierto que tuvo lugar en la Wiener Musikverein, y que acorde a los tiempos en los que vivimos, se viralizó rápidamente a través de redes sociales y sitios de internet dedicados a la música. La nota decía: “La debilidad de mi cuerpo me obliga a cancelar futuros planes. Surgen entonces grandes pensamientos: Se ha creado una relación increíblemente profunda entre nosotros en el escenario y ustedes en la sala –¡nos hemos convertido en una feliz comunidad de descubridores!. Mucho quedará de eso. El ciclo del corriente año aún está en mis sentidos, ¡guárdenle fidelidad!”. Esa comunidad que había forjado el último gran pionero del historicismo musical se quedaba súbitamente acéfala, pero su descendencia es inmensa, y su mensaje seguirá transmitiéndose.
  
Su trayectoria

Nikolaus Harnoncourt nació en Alemania en 1929, pero desde los dos años vivió en Austria. Allí recibió su formación musical como violoncelista, cargo que ejerció en la Orquesta Sinfónica de Viena desde 1952. Al año siguiente, junto a su esposa (Alicia Hoffelner, violinista) crea el Concentus Musicus Wien, su gran proyecto musical que nunca abandonó, un verdadero laboratorio del sonido con el que pudo experimentar de manera libre e ilimitada.

Tras cambiar su cello por uno barroco, y después de haber tocado también la viola da gamba, a fines de la década del '60 tomó la decisión de dejar de ser instrumentista, dedicándose sólo a la dirección y convocando a intérpretes del más alto nivel, lo que le permitió emprender en 1971 uno de sus proyectos más ambiciosos y duraderos: la grabación de todas las cantatas de Bach junto a su amigo y colega Gustav Leonhardt, intentando reconstruir no sólo el sonido ideal de la orquesta sino también el del coro y solistas, usando sólo voces de varones, adultos y niños. Lo completó en 1990.

Su creciente fama y lo revolucionario de sus ideas y versiones hicieron que poco más tarde lo convocaran para dirigir conjuntos y orquestas, sobre todo aquellas que no tenían orgánico historicista, y así fue que su manera de pensar la música, (con ojos y oídos de siglo XX, pero sobre la base sólida e indiscutible de tratados y métodos del pasado) llegó a algunos de los principales organismos sinfónicos europeos, como las Filarmónicas de Berlín y Viena, o la Orquesta del Concertgebow de Amstedam, entre otras.

Dejó entonces de dedicarse sólo a la música antigua, amplió el espectro de su repertorio y encaró obras del clasicismo y el romanticismo, y luego operetas vienesas. Algunas veces se alejó aún más de su repertorio habitual, dirigiendo obras que a priori no asociaríamos con su carrera, como Porgy and Bess. Definitivamente convertido en una estrella de la música académica, y nuevamente rompiendo moldes o prejuicios, dirigió los tradicionales conciertos de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena o colaboró con jóvenes intérpretes como Lang Lang. 

Tras anunciar en diciembre del año pasado su retirada de los escenarios, al ver que las fuerzas no le alcanzaban para aguantar el trajín de conciertos y ensayos, murió en su casa de Attersee el pasado 5 de marzo. Tenía 86 años.


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