Posteo a continuación una
nota que publiqué en el último número de Revista Cantabile (Cantabile Nro. 84,
Julio-Agosto 2016). Es una semblanza-homenaje a Nikolaus Harnoncourt, tras su
muerte en marzo de este año. El texto completo de este artículo no fue incluido
en la versión web de la revista, que pueden consultar en www.cantabile.com.ar
El pionero de los descubridores
Texto. Ramiro Albino
Hace unos meses murió el gran Nikolaus
Harnoncourt, un director de orquesta que trabajó mayormente desde la música
antigua, abriendo nuevos caminos que contagiaron su manera hermenéutica de
trabajar aún a aquellos no adscriptos a movimientos historicistas. En el número
anterior de Cantabile mencionamos brevemente la noticia, pero consideramos que
su inmensa figura debe ser especialmente recordada, por lo que queremos no sólo
celebrar su herencia, sino también rendir un homenaje a quien cambió en parte
la manera de hacer y escuchar la música clásica.
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Muchas veces, y sin pensar demasiado,
aceptamos desde la platea, que la música suena como la escuchamos "porque
así está escrita", ignorando lo que pasa en los ensayos de una orquesta o
conjunto, cuando el director o los miembros del ensamble deciden qué hacer y cómo.
Hay repertorios que responden a nuestro presupuesto,
y que fueron compuestos y volcados a la partitura de tal manera que con sólo
leer, entender y seguir las pautas escritas, aseguran el resultado que el autor
tuvo en mente al llevar sus ideas al papel. Pero la mayor parte de la música no
tiene tantas indicaciones, ni ofrece tantas pistas al músico curioso que se
acerca a leerla. Aquí es donde se encuentra el repertorio que el mercado llama música
antigua.
A eso se dedicó Harnoncourt desde joven, a revivir
los estilos anteriores al clasicismo. Redescubrió obras, instrumentos y
tratados, y con todo eso creó, junto a un puñado de colegas ávidos de
novedades, una nueva manera de acercarse a la partitura que devino en novedades
acústicas que sorprendieron al público de mediados del siglo pasado. Su música
sonaba diferente porque tenía otros tempi, porque la articulación era más
marcada y porque las intensidades del sonido eran trabajadas de una manera
distinta que la mayor parte de los directores o conjuntos. Y lo que hacía que
todo esto fuese especial y novedoso era que el joven director usaba
instrumentos originales o réplicas exactas de aquellos que conocía o utilizaba
cada compositor, pero además que estudiaba tratados de la época de cada obra,
intentando así comprender el pensamiento de autores e intérpretes del pasado
buscando la autenticidad no sólo desde la herramienta, sino también desde el
concepto.
Podríamos decir que su carrera tuvo dos
aliados fundamentales: su mujer, la violinista Alicia Hoffelner, que a lo largo
de toda su carrera fue cómplice y soporte de sus búsquedas y experimentos
sonoros; y sus grabaciones para sellos de gran distribución, que en los años de
esplendor del consumo de discos (su primera grabación fue en 1962, obras de
Purcell para el sello Telefunken/Teldec), llevaron sus ideas por todo el
planeta, haciéndolo famosísimo, conocido y requerido de un innumerable público
internacional, convirtiéndolo en un verdadero ícono de la interpretación con
criterios historicistas. Pero al tener tanta trayectoria y prestigio, de a poco
fue convocado por prestigiosas orquestas que tocaban con instrumentos modernos,
que no pretendían cambiar su orgánico, sino que habían descubierto que las
versiones del director vienés (que en realidad era alemán, pero en su sentir
era austríaco) decían cosas que ellos no sabían pronunciar.
Quizás sea este el mayor aporte que hizo
Harnoncourt a la interpretación musical contemporánea, el haber planteado
nuevos métodos de análisis, centrados en su contenido discursivo-retórico,
intentando encontrar la idea que guió el pensamiento del compositor, analizando
su contexto y sobre todo, comunicándola con una elocuencia basada en aquella
con que se dicen los textos verbales.
Y si bien gran parte de su aporte fue un
método de trabajo para los músicos, siempre tuvo presente al público, al que le
dedicó dos libros interesantísimos para comprender mejor la música antigua: El
diálogo musical (editado en castellano por Paidos) y La música como discurso
sonoro (editado por El Acantilado); y uno dedicado a la música del
romanticismo: La música es más que las palabras: la música romántica,
entrevistas y comentarios (también del catálogo de Paidos).
El 5 de diciembre del año pasado, en la
víspera de su cumpleaños número 86, Nikolaus Harnoncourt, se anticipó a la
celebración de su longevidad comunicando que abandonaba su carrera por falta de
fuerzas físicas, bajándose de podios y escenarios. El anuncio fue hecho
mediante una esquela manuscrita que se copió y adjuntó al programa de mano de un
concierto que tuvo lugar en la Wiener Musikverein, y que acorde a los tiempos
en los que vivimos, se viralizó rápidamente a través de redes sociales y sitios
de internet dedicados a la música. La nota decía: “La debilidad de mi cuerpo me
obliga a cancelar futuros planes. Surgen entonces grandes pensamientos: Se ha
creado una relación increíblemente profunda entre nosotros en el escenario y
ustedes en la sala –¡nos hemos convertido en una feliz comunidad de
descubridores!. Mucho quedará de eso. El ciclo del corriente año aún está en
mis sentidos, ¡guárdenle fidelidad!”. Esa comunidad que había forjado el último
gran pionero del historicismo musical se quedaba súbitamente acéfala, pero su
descendencia es inmensa, y su mensaje seguirá transmitiéndose.
Su trayectoria
Nikolaus Harnoncourt nació en Alemania en
1929, pero desde los dos años vivió en Austria. Allí recibió su formación
musical como violoncelista, cargo que ejerció en la Orquesta Sinfónica de Viena
desde 1952. Al año siguiente, junto a su esposa (Alicia Hoffelner, violinista)
crea el Concentus Musicus Wien, su gran proyecto musical que nunca abandonó, un
verdadero laboratorio del sonido con el que pudo experimentar de manera libre e
ilimitada.
Tras cambiar su cello por uno barroco, y
después de haber tocado también la viola da gamba, a fines de la década del '60
tomó la decisión de dejar de ser instrumentista, dedicándose sólo a la
dirección y convocando a intérpretes del más alto nivel, lo que le permitió
emprender en 1971 uno de sus proyectos más ambiciosos y duraderos: la grabación
de todas las cantatas de Bach junto a su amigo y colega Gustav Leonhardt,
intentando reconstruir no sólo el sonido ideal de la orquesta sino también el
del coro y solistas, usando sólo voces de varones, adultos y niños. Lo completó
en 1990.
Su creciente fama y lo revolucionario de
sus ideas y versiones hicieron que poco más tarde lo convocaran para dirigir
conjuntos y orquestas, sobre todo aquellas que no tenían orgánico historicista,
y así fue que su manera de pensar la música, (con ojos y oídos de siglo XX,
pero sobre la base sólida e indiscutible de tratados y métodos del pasado)
llegó a algunos de los principales organismos sinfónicos europeos, como las
Filarmónicas de Berlín y Viena, o la Orquesta del Concertgebow de Amstedam,
entre otras.
Dejó entonces de dedicarse sólo a la música
antigua, amplió el espectro de su repertorio y encaró obras del clasicismo y el
romanticismo, y luego operetas vienesas. Algunas veces se alejó aún más de su
repertorio habitual, dirigiendo obras que a priori no asociaríamos con su
carrera, como Porgy and Bess. Definitivamente convertido en una estrella de la
música académica, y nuevamente rompiendo moldes o prejuicios, dirigió los
tradicionales conciertos de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena o colaboró con
jóvenes intérpretes como Lang Lang.
Tras anunciar en diciembre del año pasado
su retirada de los escenarios, al ver que las fuerzas no le alcanzaban para
aguantar el trajín de conciertos y ensayos, murió en su casa de Attersee el
pasado 5 de marzo. Tenía 86 años.
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