Hace unas semanas participé de una clase de croquis on line.
Hace mucho que no hacía croquis con la guía de alguien, ni con tiempos y temáticas elegidos por otro. Y me enteré por Instagram de una clase a cargo de Andrés, de Pincid Art Studio, y me gustó la idea de probar qué tal funcionaba. Me encantó!, una clase de dos horas en la que hice muchos croquis con ideas y planteos que me sorprendían a cada momento (como por ejemplo alternar las dos manos para trabajar en un mismo croquis, o hacer uno entero con la mano izquierda, siendo diestro). Mucho para pensar, una buenísima forma de terminar un domingo (si les gusta dibujar vayan al perfil de Pincid Art en Instagram y vean todo lo que tienen para ofrecer).
Al terminar la clase, miré mis croquis, elegí los que más me gustan, y automáticamente pensé que estaban buenos para postearlos. Y cuando estaba por tomar el teléfono para fotografiarlos, pensé que mejor no, que por qué tendría que mostrar todo lo que hago y que me salió bien (porque por supuesto que hago cosas que no me gustan, a todo nivel, y ni lo menciono por aquí), y entonces los guardé, y me sentí contento con la experiencia completa (la de dibujar y la de no publicar).
Toda mi actividad consiste en estar mostrándome a otras personas: doy clases, toco y dirijo conciertos, hago programas de radio, y a veces también trabajo en diseño (esto último, mucho menos de lo que quisiera). Todo es expuesto (algunas cosas son sumamente expuestas, como la radio, donde pierdo todo posible control sobre el alcance de la audiencia), todo es para que los ojos y los oídos del otro estén pendientes. Ese día me sentí feliz de poder hacer algo que quede sólo para mí, y desde ahí sigo guardándome momentos súper creativos donde el motor no sea mostrar lo que hago, y me resulta súper estimulante, y creo que también es súper sano.
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