jueves, 22 de junio de 2017

Otro amoroso tormento...

Así fue la puesta de La Traviata en Mendoza, con regie de Willy Landin

Tras varios años de ausencia, la ópera volvió a Mendoza. El martes pasado, 20 de junio, tuvo lugar la cuarta y última función de La Traviata, en el Teatro Independencia, bajo la dirección del maestro Gustavo Fontana.

Escribí un comentario breve para el programa de mano, y como ya pasaron las cuatro funciones, lo publico aquí, por si alguno de los que fue a verla (o la vio por televisión) quiere leer un poco más, o por si algún internauta interesado en saber más sobre esta ópera de Verdi, visita este blog y quiere leerlo. Es breve, pero seguramente aportará algo más, incluso a los especialistas.


Las delicias del dolor
(comentario para el programa de mano de las funciones de La Traviata en el Teatro Independencia de Mendoza, junio 2017)

Cuando Verdi estrenó La Traviata, en el Teatro La Fenice de Venecia, ya era un compositor consumado en el mundo de la ópera, ostentando dieciocho títulos anteriores que avalaban su trayectoria. Aún así el debut fue poco exitoso, lo que significó una gran frustración.

Verdi tenía un contrato con el teatro para componer una ópera nueva para la temporada de carnaval de 1853. Estando en París junto a Giuseppina Strepponi, su pareja, vio en el teatro la obra “La Dama de las Camelias”, de Alejandro Dumas (una adaptación de la novela homónima), e interesado por el tema que trataba, decidió que esa sería la historia de su próximo título. Para eso convocó al libretista Francesco Maria Piave, con quien ya había trabajado en óperas anteriores, incluyendo Rigoletto y Macbeth, para que adaptase el texto teatral.

La Traviata fue compuesta en tiempo record y, desafiando a quienes pensaban que ya no había nada nuevo para hacer en el campo de la ópera italiana, mostró un nuevo paradigma, centralizando la acción en un personaje frágil e íntimo, de quien depende prácticamente toda la trama. Y desde esa historia, aparentemente pequeña, desafió a la hipocresía moral de su época, tal como hacía Verdi con su propia vida: el compositor convivía con una mujer con la que no estaba casado, y esta además tenía hijos “ilegales” de relaciones anteriores y completaba su escandalosa imagen con su pasado de cantante de ópera, profesión de muy mala reputación (había cantado, entre otras cosas, en las óperas Nabucco y Oberto, también de Verdi).

Ese personaje central, la “traviata” es Violeta Valery, la prostituta hermosa que se enamora del joven rico, y que no sólo es deseable, buena y socialmente sensible, sino que está enferma de tuberculosis. Finalmente muere enamorada, al igual que las protagonistas de buena parte de las óperas más populares (Carmen, Tosca, Mimí, Butterfly, Aída….), haciendo reales las palabras con las que cierra el primer acto: “cruz y delicia para el corazón”.

Podemos preguntarnos el por qué del éxito de una historia tan exageradamente triste. En primer lugar, tenemos que tener en cuenta que en aquella época, la tuberculosis hacía estragos, y que sus víctimas se volvían extrañamente atractivas según los cánones de belleza imperantes: delgadez extrema, ojos brillantes, piel pálida y mejillas sonrosadas, es así que quienes la padecían se transformaban en verdaderos sex-symbols, porque además se creía que esa enfermedad era afrodisíaca. Pero además, en nuestra época (cuando la tisis ya no es tan temida, gracias a la vacuna BCG) debemos considerar que las historias donde los buenos sufren siempre son bien recibidas, porque todos logramos identificarnos con alguna parte del dolor ajeno y porque en nuestra intimidad todos nos sentimos, o queremos ser, personas ejemplares.

Al año siguiente del estreno, tras hacer algunas revisiones, se repuso esta ópera en el teatro San Benedetto (también en Venecia), y desde ahí su éxito fue imparable. Hoy se la representa prácticamente a diario en algún lugar del mundo, siendo el título de ópera más popular del planeta.


Ramiro Albino

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