Desde mi lugar de músico, que se complementa con el de gestor, estoy en permanente búsqueda de nuevas ideas para los conciertos, y especialmente para aquellos que son de Música Antigua, en los que considero que el formato tradicional es prácticamente obsoleto (a veces no se me ocurre nada mejor, pero estoy convencido de que el formato del s. XIX, en el s. XXI y para hacer música del s. XVII, ya no va).
Por Twitter recibí el artículo de National Geographic que transcribo a continuación, con algunas partes destacadas por mí. Si quieren verlo en la página de NG, hagan click aquí
¿Qué opinan? ¿Se les ocurre algo nuevo? Bienvenidos sus comentarios.
Tu lugar, entre el clarinete y el violín
¿Sentarse junto a un poeta cuando escribe? ¿Presenciar cómo
filma un director de cine? ¿Acompañar a un pintor mientras crea? Lo que en
otras artes no pasa de ser un sueño se volvió ahora realidad en la música
gracias a una innovadora serie de conciertos en Berlín que diluye la frontera
entre intérpretes y público.
La sala Konzerthaus, una de las más prestigiosas de
Alemania, ofrece la experiencia única de asistir a un concierto desde una
perspectiva hasta ahora restringida a unos pocos: desde dentro de la orquesta.
Codo a codo con los intérpretes y frente al director, como un músico más.
"Es sin duda algo radical, pero quería hacer que el
público pudiera escuchar alguna vez nuestra orquesta como la escuchamos
nosotros los músicos: cerca, intensa, vibrante", explica el húngaro Iván
Fischer, director musical del Konzerthaus y creador del ciclo
"Mittendrin" ("En el medio").
La idea trastoca por completo el rito del concierto
tradicional. La sala ya no se organiza en dos zonas separadas -butacas y
escenario-, sino en un único espacio que mezcla sillas de espectadores y de
músicos colocadas de forma circular en torno al director.
Cuando se abren las puertas, los músicos ya están
distribuidos. Cada asistente elige sitio junto al instrumento que prefiera. La
escena produce risas y expresiones de sorpresa entre los espectadores, pero
también entre los músicos: para todos es una experiencia nueva. Y pronto unos y
otros comienzan a relacionarse y conversar.
"Ahora tengo que encontrar a los músicos", bromea
Fischer al llegar a su púlpito, una especie de isla en el medio de un mar de
cabezas. "¿Dónde están los cellos? ¿Dónde están los vientos?"
Los primeros compases no dejan lugar a duda: la sorpresa de
estar "en el medio" de la orquesta es sobre todo acústica. No sólo
por los sonidos que llegan desde todos los ángulos, como en un perfecto sistema
de música 3D, sino también por el contacto íntimo con los instrumentos y la posibilidad
de escuchar texturas mudas que se pierden en un concierto normal: el ruido del
aire en la flauta, el roce afónico del arco en la viola, la resonancia que deja
el timbal.
Pero Fischer aún esconde otro recurso para acercar la música
al público y al modo en que escuchan los intérpretes: el concierto es también
una clase magistral. El director comenta la pieza entre movimiento y movimiento
-otro tabú roto- adelantando lo que se escuchará a continuación.
Con una extraña mezcla de erudición, claridad y humor, Fischer
enseña a detectar la variación de un tema, pregunta si entre el público alguien
baila minuetos, adelanta que la orquesta "reirá" en un movimiento con
la indicación "Scherzo" (broma, en italiano) o que la sinfonía del
programa (la cuarta de Johannes Brahms) es una de las pocas en la historia de
la música que termina en modo menor.
"¿No es una maravilla? Cada vez que escucho esta parte
se me pone la piel de gallina", dice con un entusiasmo que se contagia a
un público más inmerso que nunca en la música.
Fischer también revela lo difícil que el experimento resulta
para sus músicos: "En una orquesta se trata en un 80 por ciento de
escuchar y en un 20 por ciento de tocar. Con esta disposición, los músicos
reciben tarde y bajo el sonido de sus colegas".
Pero el esfuerzo vale la pena para el director. "Es
divertido ver a músicos y público juntos y percibir la alegría que les provoca
esa cercanía", cuenta.
Una hora de esa atmósfera íntima termina con una ovación y
otra escena inusual: la de intérpretes y espectadores abandonando la sala
juntos. Las conversaciones entre los vecinos que compartieron el concierto se
extienden varios minutos, aunque unos lleven en la mano un programa y otros un
violín. Nadie quiere marcharse.
"Fue increíble. Es una pena que haya terminado, me
habría encantado seguir", cuenta Helene, una cantante de 23 años que
presenció el concierto junto a un clarinetista. A su lado, una aficionada que
lee música pregunta aspectos de la partitura al flautista.
También a Anja, maestra, le cuesta dejar la sala. "El
contacto directo con los músicos es muy sorprendente. Todo se escuchaba muy
diferente. Y las explicaciones del director fueron maravillosas. Repetiría la
experiencia sin dudarlo".
Los músicos, por su parte, coinciden con Fischer en que la
serie "Mittendrin" les presenta un desafío inesperado.
"La distancia con los colegas es difícil. Lo normal es
que estemos rodeados del resto de músicos", explica Stefan Markowski. Pero
el violinista celebra la cercanía con el público -"al lado tenía un señor
muy amable que sabía leer música"- y el reto que representa tocar con esa
configuración diferente.
La violista española Ester Alba López coincide en que se
trata de "un muy buen ejercicio" aunque a veces "no suene tan
limpio como a uno le gustaría". "En las cuerdas tenemos que estar
super pendientes, porque no hay un líder. Tenemos que tocar con mucha
iniciativa y atención, como nos dice Fischer".
Acostumbrada a un instrumento que frecuenta segundas voces,
Alba López rescata también que el público mezclado entre los músicos tiene
acceso a sonidos que no escucharía en otro concierto.
"Algunos se me acercan y me dicen: 'No sabía que tu
instrumento tenía una parte tan bonita'", cuenta. Esos descubrimientos son
los que hacen que público y músicos dejen la sala como cuando entraron: con una
sonrisa.
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