Tuve mi primer abono juvenil de Mozarteum a los 17 años, cuando era un adolescente nerd, con actividades nerd y amigos nerds. En ese mismo momento comencé a trabajar en la "comisión juvenil" de la asociación. Pertenecer tenía sus privilegios, y eso nos permitía a veces asistir a los conciertos desde la platea, o acompañar a algún músico durante los ensayos por sí necesitaba algo, eventualmente acompañar a quien los buscara en el aeropuerto si hablábamos su idioma, etc. Esas fueron mis primeras incursiones en el mundo profesional de la música "desde adentro". Por otra parte, asistí a numerosos conciertos de gran nivel, pagando un precio irrisorio.
Con el correr del tiempo logré convertirme en un profesional de la música, ser parte del mundo que tanto admiraba y deseaba, y comenzar a ver las salas desde el escenario. Paralelamente comencé con mi actividad de periodista, y conté con mi pase de prensa, lo que mágicamente me permitió el ingreso casi irrestricto al mundo de la platea y los palcos. Hace 18 años que no iba al paraíso del Colón.
Crecieron mis habilidades de músico, y creció también mi capacidad de observación y análisis. Un día descubrí que mi público, y el de muchos, muchísimos, demasiados conciertos, tenía el pelo blanco, ropa aburrida y una insoportable seriedad aprendida. Ahí comprendí que mi adolescencia había sido nerd y minoritaria (y obsoleta y acartonada), y que la mayoría de los chicos jóvenes tenía actividades diferentes a las mías. Paralelamente tuve colegas que habían descubierto la música clásica más tarde que yo, y que lamentaban no haberlo hecho antes, por falta de conocimiento de la actividad. Desde ahí, comencé a preocuparme por la generación y desarrollo del público joven. Al respecto he publicado varias notas en diferentes medios, siempre que pude hablé del tema en mis espacios de radio y ofrecí charlas y conciertos en colegios. De manera permanente traté también de hacer conocer los abonos para jóvenes del Mozarteum y Festivales Musicales, las únicas dos asociaciones de conciertos que ofrecen abonos juveniles a precios bajísimos.
No obstante, hace mucho que quería ir a ver qué pasaba en los sectores de jóvenes durante los conciertos, cómo se comporta ese público, aggiornarme sobre sus modos de escuchar, ver y disfrutar de las interpretaciones. Es por eso que ayer fui al Colón, a una función de Mozarteum, y pedí que mi pase de prensa me dejara entrar al sector más barato del teatro.
Allá arriba se escucha perfecto y se ve al intérprete bien lejos (no más lejos que en cualquier recital de rock, obviamente, por lo que los chicos que tienen el Abono Juvenil no se preocupan demasiado) pero en general el modus operandi de ese público difiere muchísimo del de platea. También estuvo lejos de lo que yo recordaba (quizás mis recuerdos idealizaron todo...). Me llamó la atención la cantidad de gente que caminaba o deambulaba durante la función, permanentemente y sin desparpajo (¿a dónde querrían ir?).
Por supuesto que los celulares no se apagaron nunca, pero fueron silenciados, así que no hubo ruidos, excepto los que se escucharon desde abajo. A diferencia del público adulto o directamente viejo, los chicos saben bien cómo operar sus smartphones sin que hagan ruido (así los usan durante las clases de la universidad, o reuniones de cualquier tipo, o en sus casas mientras todos duermen). Y si bien no sonaron, fueron operados permanentemente. Algunos sacaban fotos del escenario y luego escribían en sus pantallas, seguramente para subirlas a las redes. Otros chateaban permanentemente durante la performance. No sé si disfrutaban del concierto, prefiero pensar que tienen otra manera de gustar las cosas (también recuerdo muchos conciertos de mi juventud que me aburrieron infinitamente, hasta que un día hice el mágico click que me permitió entender nuevas cosas... y sé bien qué hubiera hecho en ese momento si hubiera tenido una cuenta whatsapp y amigos conectados...). Lo bueno, buenísimo, es que no molestaron para nada.
Sin embargo, para mi sorpresa, había mucha gente mayor en aquella altura, muchos más viejos que jóvenes, que tosieron, hablaron y abrieron caramelos sin solución de continuidad. Todo eso me resultó más molesto.
En síntesis, todavía tengo las ideas un poco desordenadas, o tuve poco tiempo para ponerme a acomodarlas. El público cambió muchísimo en los últimos años, porque el mundo se convirtió en otra cosa; y lo que más me llamó la atención es que aún cuando en Paraíso hay más jóvenes que en platea, aún sigue siendo mayoría la gente vieja (o quizás haya igual cantidad de adultos mayores que de chicos). Soñaba con un sector del teatro en el que no hubiera pelados, ni canosos, ni olor a spray de peluquería de señoras, pero no lo encontré. Respecto a sus actitudes, en gran parte me son ajenas (si voy a un concierto, no me da ganas de pasearme por la sala), pero creo que como músico tengo que prever que dentro de unos años ellos serán mi público canoso, y yo seguiré en el escenario, y seguramente van a mantener buena parte de sus hábitos.
Quizás ustedes, lectores, me ayuden a reflexionar al respecto. Bienvenidos sus comentarios e ideas...