Mañana, martes, voy a volver a hablar en Ventana a la Música Antigua de las versiones de música barroca italiana hechas por italianos. La semana pasada, buscando material para otros espacios y programas, encontré una crítica de discos en la web, en una página española. Les transcribo a continuación un fragmento de una de esas críticas, que coincide con mi pensamiento, sintetizándole y dándole la gracia literaria que hasta ahora no supe encontrar para decir esto.
Quien la escribe es el Sr. Mariano Acero Ruilópez. Quise buscar su e mail para felicitarlo, pero no lo encontré. Quizás alguien sepa cómo contactarlo... y quién dice que algún día se lea él mismo citado en este blog...
EL DESCUBRIMIENTO ITALIANO DE LA MÚSICA ITALIANA
El movimiento de Interpretación Históricamente Documentada, como el espía de la ficción literario-fílmica, vino del frío. Y de las brumas. No, ciertamente, de las tierras de nieves e inviernos quasi-perpetuos, pero sí de latitudes más bien norteñas en que el sol tarda en perder el halo de timidez adolescente -de adolescente de antaño- y en que los vapores neblinosos se adueñan con frecuencia del día difuminando los contornos y desdibujando las formas. No es de extrañar que por ámbitos meridionales muchas de aquellas interpretaciones pioneras y aun de la segunda generación, especialmente las referidas a compositores mediterráneos, aunque técnicamente irreprochables, dejaran cierto poso de insatisfacción, como si estuvieran recubiertas de una finísima, pero perceptible capa de musgo, de esa pátina verdinosa de los monumentos enclavados en ambientes húmedos.
Pero entonces el Mediterráneo -de Italia hablamos, porque en España era otro el cantar- estaba dominado por grupos convencionales que, tras haber protagonizado una meritoria página en la recuperación de la música barroca, dormían con placidez en laureles inexorablemente marchitos. Las individualidades disconformes e inquietas emigraron allende los Alpes a beber las frescas aguas de la renovación. Hasta que -no podía ser de otra forma-, alcanzada la madurez, terminaron por emanciparse de foráneas tutelas y regresaron al Sur pletóricos de ideas, creando sus propias formaciones y protagonizando una nueva revolución en el seno de la revolución historicista.
El milagro se produjo: la música antigua, preñada ahora de luz, calor y pasión, sonó más nueva que nunca. Il Giardino Armónico, la orquesta que, reuniendo a experimentados intérpretes de primera línea, fundaran en Milán allá por 1985 Luca Pianca y Giovanni Antonini, fue una de las agrupaciones que más decididamente marcó el rumbo. Con energía inaudita, con una sonoridad peculiar e irrepetible, deslumbró a todos desde su primera aparición discográfica. Y Vivaldi abandonó para siempre las brumas nórdicas para renacer moldeado en relieve, nítidamente silueteado contra el cielo veneciano, ebrio de luminosidad y claroscuros mediterráneos. Cada nuevo disco fue saludado con entusiasmo por crítica y público, se sucedieron premios y reconocimientos y no se pudo prescindir ya de Il Giardino en salas de conciertos y festivales especializados.
Pero Vivaldi fue sólo el principio. Sin abandonar los siglos XVII y XVIII, los límites cronológicos de su repertorio, otros compositores, italianos o no -Albinoni, Biber, Locke, J.S. Bach (conciertos de Brandenburgo)- recibieron su vivificadora lectura. Y, ampliando su ámbito de acción, siempre en colaboración con los más destacados solistas, irrumpieron poco después en la música vocal, fundamentalmente en versión de concierto o semiescenificada, realizando exitosas grabaciones (del DVD dedicado a Vivaldi con Cecilia Bartoli se han vendido más de 700.000 copias) y aplaudidas interpretaciones de oratorios y óperas de Conti, Pergolesi, Hasse, A. Scarlatti, Haendel...
Mariano Acero Ruilópez