Anoche, en la entrega de los Oscar, Green
Book ganó varios premios: Mejor Película, Mejor Actor de Reparto y Mejor Guion
Original. De todo esto me enteré por Twitter: no miré la entrega, no me
preocupaba demasiado saber qué películas ganarían premios.
Aún así, cuando me enteré que ganó GREEN
BOOK, no pude dejar de pensar en mi libro verde, el de Música Colonial Hispanoamericana,
que para mí es otro ganador de ganadores, porque me siento súper orgulloso de
ese trabajo, porque ha recogido muchos elogios, y porque me ha permitido llegar
a gente a la que jamás imaginé que llegaría.
Aprovecho entonces a hacer un nuevo “homenaje”
a mi libro, y copio a continuación algunos fragmentos de la reseña que escribió
sobre mi trabajo la periodista chilena Romina de la Sotta Donoso, para el
diario El Mercurio, de Santiago.
El volumen funciona como una introducción a
una etapa particularmente prolífica de nuestra historia que estuvo olvidada. Se
centra en la práctica musical, evita los conceptos complejos y las
abstracciones, y entrega un relato ameno que vincula el contexto histórico y la
música que sonó en América por tres siglos.
El volumen es de bolsillo y parte con la
gran paradoja de la conquista: ¿Cómo pudo fundarse un mundo musical de tanta
belleza en un modelo social tan poco inclusivo como el de las colonias
españolas en América?
Explora largamente la febril actividad
musical de las misiones jesuíticas en Sudamérica y cómo estos religiosos
estudian y se apropian de la cultura local, con foco en lo lingüístico.
"Los jesuitas aprendieron las lenguas indígenas antes que los pueblos y
adaptaron a los indígenas a la vida europea, los vistieron, los peinaron y los
pusieron a estudiar violín y órgano. A eso se suma que los indígenas americanos
tenían un gran gusto por la música", detalla. Cuando fueron expulsados en
1767, los indígenas y mestizos que habían formado se redistribuyen por la
región y siguen haciendo música.
Albino aborda también cómo funcionaban las
capillas musicales y cuán diferentes fueron, según la riqueza local. Mientras
la capilla de la Catedral de México tenía 35 músicos en 1647, la de Santiago se
formó recién en 1721 y solo tenía un cantor, bajón, arpa, órgano y cuatro niños
de coro, más el maestro. Es decir, parecía del siglo XVII.
(Reseña de Romina de la Sotta Donoso, publicada
en Diario El Mercurio (Santiago de Chile). Para verla completa, pueden hacer
click aquí)