Arnold Dolmetsch (al centro) junto a su familia y algunos de sus instrumentos |
Quienes hacemos o escuchamos música antigua con asiduidad, estamos acostumbrados a leer que esa versión que disfrutamos o producimos es una reconstrucción de lo que podría haberse escuchado en tal año o lugar, que así se cantaría tal madrigal, que esa sería la manera de tocar tal instrumento. El uso de condicionales es parte de la esencia de la música antigua, porque todo el tiempo estamos haciendo hipótesis acerca de lo que pudo ser el mundo sonoro del pasado, sin estar seguros de que realmente haya sido así, y sin dejar de pensar en el nuestro.
La práctica de lo que hoy llamamos música antigua, con instrumentos y criterios de interpretación del pasado, comenzó hace no mucho más de cien años, y entre sus pioneros debemos citar a Arnold Dolmetsch, como pilar fundamental de esa reconstrucción estética, sonora, cognitiva y especulativa.
La fundación Juan March, de Madrid, está llevando a cabo un interesantísimo ciclo que pretende reconstruir algunos de los primeros conciertos de música antigua que se hicieron en diferentes puntos de Europa, y comenzaron hace pocos días con la "restauración" de un concierto llevado a cabo en casa de los Dolmetsch en 1896 (qué pena no estar allá para poder asistir a esos conciertos!!!) La idea de este ciclo me parece doblemente interesante: por un lado ofrece una alternativa didáctica (enseñándole al público cómo fue el trabajo de aquellos pioneros), y por otro plantea una idea originalísima a la hora de programar un ciclo de conciertos que está muy lejos de ser "más de lo mismo", aún cuando su repertorio sea "el de siempre" (bravo por ellos!).
El diario El País publicó ayer un artículo con la primera de las críticas sobre el ciclo, escrita por Luis Gago. Me tomé la atribución de hacer una selección de párrafos de esa nota, que copio a continuación. Los que quieran el artículo completo, pueden leerlo haciendo CLICK AQUÍ.
Los Pioneros Resucitan
(selección de párrafos de un artículo escrito por Luis Gago y publicado en El País)
El concepto de “música antigua” es una invención moderna,
como lo es la idea de recrear la música de otros tiempos tal y como se habría
interpretado (el condicional es la clave de todo) en el momento en que nació
por parte de sus coetáneos. Vemos un cuadro renacentista o admiramos una
catedral gótica sin intermediación, pero necesitamos de otras personas para ver
representado un drama de Shakespeare o para que una fuga de Bach se transforme
en sonidos. Muertos los mediadores de antaño, y quebrada o transformada
progresivamente hasta resultar irreconocible la tradición original, estamos
condenados a disfrutar de lo antiguo como los seres modernos que somos.
El origen de la early music, el título del ciclo, remite,
por tanto, a aquellos pioneros que pusieron las primeras piedras de lo que es
hoy un edificio sólido, variopinto y muy admirado, por más que sus detractores
sigan alzando la voz de cuando en cuando, y pese a que algunos, no siempre
advenedizos, hayan decidido traicionar los principios fundacionales en aras de
la posmodernidad o en busca del aplauso fácil o barato.
Uno de aquellos visionarios fue Arnold Dolmetsch, un
personaje pintoresco que coleccionó, restauró y reconstruyó instrumentos
antiguos y que, junto con varios miembros de su familia, se aventuró a tocarlos
en unos años (finales del siglo XIX) en que semejante empeño parecía, y así fue
tomado por muchos, una quijotada.
Sonia
Gonzalo explica muy bien en el programa de mano el contexto que propició
aquellas veladas en el domicilio de los Dolmetsch en el barrio londinense de
Bloomsbury, y es más que probable que, si pudiéramos escuchar la música que
allí se hizo, quedáramos espantados ante la manera –para el gusto actual–
extravagante con que hacían sonar aquellos nuevos viejos instrumentos.
El túnel del tiempo nos ha trasladado al 18 de febrero de
1896, a las cinco en punto de la tarde, el día en que los Dolmetsch ofrecieron
una velada histórica cuyo programa se ha recuperado en la Fundación Juan March al
pie de la letra.
Por
fortuna, salir a tocar música de Henry Lawes, John Jenkins, Henry Purcell,
Johann Kuhnau, Benedetto Marcello, George Frideric Handel, Johann Sebastian
Bach y Jean-Philippe Rameau con un clave, dos violas da gamba, un laúd y un
violín barroco hace tiempo que dejó de ser una rareza o una excentricidad. Hoy
es moneda corriente y nadie se sorprende de ello, si bien la pura confección
del programa, la sucesión de obras, sí pueda parecer cosa de otro tiempo y
producir cierta sorpresa, aunque no menor de la que suscitaría la fiel
imitación de un programa de concierto en tiempos de Mozart o Beethoven.