La asociación de concierto Festivales Musicales propone nuevamente en Buenos Aires una versión de El Mesías, de G F Handel. El concierto será el próximo domingo en el Teatro Colón.
Como anticipo, escribí para Revista Cantabile, una nota que salió publicada en el número septiembre-octubre y que posteo a continuación (aprovechando que no figuró en la edición web de la revista), pensando especialmente en aquellos que se están preparando para ir el concierto, sabiendo que posiblemente aquí encuentren algunas ideas que los ayuden a disfrutar màs del mismo.
Cantaré en el coro de esa producción del Mesìas. Ojalà nos veamos por ahì.
Messiah has a cold
Georg Friedrich Handel: El Mesías
Soledad de la Rosa, soprano
Martín Oro, contratenor
Carlos Ullán, tenor
Víctor Torres, barítono
Orfeón de Buenos Aires
Ensamble Academia Bach
Mario Videla, director
Ciclo Festivales Musicales
Teatro Colón
Domingo 3 de noviembre a las 17
En 1966 la carrera de Frank Sinatra estaba en pleno apogeo.
Sin embargo había una buena cantidad de cosas que lo atormentaban y que eran
sumamente atractivas para la prensa: en lo personal el gran tema era el fin de
su relación con la jovencísima Mia Farrow, casi treinta años menor que él,
mientras que la aparición de los Beatles proyectaba una incómoda sombra en su
ámbito profesional.
Un año antes, cansado de sentirse limitado por el tipo de
trabajo que le pedían en el New York Times, el periodista Gay Talese comenzó a
buscar trabajo, y finalmente firmó contrato con la revista Esquire. El primer
artículo que le pidieron allí fue un perfil sobre Sinatra, que se escribiría a
través de una entrevista que el cantante, harto de presiones mediáticas, no
quiso dar.
Talese se dedicó entonces, de manera obsesiva y metódica, a
seguir a Sinatra durante tres meses, y a intentar hablar con todos los que lo
rodeaban: el chofer del auto del que acababa de bajar, el portero de su edificio,
un mozo de restaurante que lo había atendido, el personal del teatro donde
hacía un show, etc. Finalmente escribió una nota que hoy es emblemática, titulada
“Frank Sinatra has a cold” (Frank Sinatra está resfriado), que algunos
consideran el mejor perfil jamás escrito sobre el actor y cantante. La nota se
volvió hoy en un texto “de culto” para periodistas, por su escritura y estilo.
Esa misma idea, la de caracterizar un personaje por dichos y
declaraciones de otros, o por referencias externas, fue la que tuvo Charles
Jennens al escribir el libreto (¿Es verdaderamente un “libreto” esta recopilación?)
del oratorio El Mesías. La gran habilidad de Jennens fue seleccionar textos de
la Biblia según la traducción que hoy conocemos como Biblia del Rey Jacobo, y
del Book of common prayer, un devocionario que estaba en boga en Inglaterra en
aquel tiempo.
Los oratorios habían surgido en Italia con la revolución de
la “música moderna” del 1600. Eran piezas de carácter piadoso o moral, en las
que un conjunto de personajes reales (mayormente bíblicos) o alegóricos
(encarnaciones de virtudes, potencias o pecados, entre otros) eran asumidos por
cantantes que a través de historias pretendían enseñar y moldear las almas de
quienes escuchaban. A diferencia de la ópera, donde también había personajes
humanos o simbólicos, el oratorio no se representaba, ni se desarrollaba en
salas con escenografía ni vestuario. La devoción debía ser austera y se evitaba
todo tipo de exhuberancia.
En los casi 150 años que transcurrieron desde los primeros
oratorios hasta El Mesías, el género se estableció definitivamente en el mundo
musical europeo, especialmente en Italia, y se diferenció definitivamente de la
ópera. Cuando Handel compuso este oratorio, en 1741, a sus 56 años, ya
había escrito otros quince, además de cuarenta y un óperas, por lo que sabía
bien qué hacer y cómo hacerlo. Tomó entonces el libreto de Jennens y lo
musicalizó magistralmente. Nació ahí uno de los oratorios más conocidos e
interpretados a nivel mundial y que, al igual que la nota citada, se volvió un
texto “de culto”, aún cuando no satisface algunas de las características
principales del género: El Mesías no tiene personajes, ni argumento lineal.
Es lógico preguntarse entonces qué rol juegan los solistas y
el coro en esta obra. Si el oyente es un biblista erudito y reconoce los textos
citados, que son mayormente del Antiguo Testamento, podrá entonces entender que
cada cantante o coro toma la voz del autor de los mismos: los profetas Isaías o
Jeremías, el Rey David, San Pablo, o los evangelistas Juan, Mateo o Lucas entre
otros. Sin embargo, es lógico pensar que entre el público del estreno, igual
que en nuestro tiempo, hubo pocos tan especializados como para reconocer cada frase
que aparece. ¿A quiénes encarnan entonces todos los cantantes de esta obra? Al
cristianismo, en su sentido más amplio y genuino, al inmenso y diverso grupo de
los que creen en Cristo y se debaten entre la paz divina y el sufrimiento del
hombre-Dios. En esta “Scripture collection”, como suelen llamarla, casi sin mencionar
su nombre (sólo una vez aparece la palabra Jesucristo, y cuatro veces se habla
de Cristo), el Mesías no tiene voz, sino que se habla de él. Durante las dos
horas y media que dura esta obra se lo caracteriza y se sintetiza su mensaje,
para que el público pueda meditar sobre su vida y su mensaje (ese fue, al
menos, el ideal que tuvo el autor). Handel, que nació luterano, trabajó de
organista en una catedral calvinista, luego vivió un tiempo en Italia bajo el
mecenazgo de los cardenales y príncipes romanos y terminó sus días en la
Inglaterra anglicana, hace una síntesis entre las diversas posibles miradas
sobre el personaje en cuestión, y es propiamente en lo musical donde se nota
todo esto. En la reunión de elementos teutones, italianos e ingleses, aparecen
claramente citados directa o indirectamente todos los momentos de la vida
musical handeliana en los que siempre, sea por convicción o por conveniencia,
la figura de Cristo fue cercana.
Y ahí está la genialidad del libreto, en decir sin decir; en
sugerir ideas y permitir que el público las complete. No había, en realidad,
muchas más opciones si la idea era hacer algo novedoso, una obra de avanzada
para su época, que la trascendió ampliamente. En los otros oratorios de tema
bíblico, Handel tomó las historias sobre las que están construídas, e hizo con
ellas analogías con el poder del momento y sus actores. No hubiera podido hacer
esto con la figura de Cristo (comparar al Rey o a cualquier otro personaje con
el Mesías sería, posiblemente, considerado una herejía). Por otro lado, la
historia era suficientemente conocida a priori, y entonces apelar a la acción,
o a la narración lineal, sería aburrido al público. El resultado es una obra
sin acción y con poquísimos relatos en primera persona donde no se cuenta una
historia, sino que se propone una serie de escenas que invitan a pensar, a
reflexionar. Y el efecto se logra de modo magnífico con la música escrita por Handel
para cada cita bíblica, por medio de la cual, simplemente explica y da su punto
de vista sobre los textos y sobre el personaje, haciendo así que sus mensajes
sean no sólo cercanos al público, sino además fácilmente inteligibles. El
sermón ideal que muchos predicadores quisieran poder decir.
Hace tres años Gay Talese, ya viejo, visitó Buenos Aires
mientras preparaba una nota a ls soprano Marina Poplavskaja, que vino a cantar
con Barenboim (logró su primer nota siguiendo a Frank Sinatra por Nueva York,
sus notas actuales lo llevan bastante más lejos). Me contactó, por razones que
exceden esta nota, y nos vimos durante cuatro días seguidos en los que me
explicó detalladamente su manera de escribir y pensar el periodismo. A mí me
parecía una locura lo que estaba haciendo: seguir a una soprano por toda
Europa, luego venir a Sudamérica, trabajar meses de manera metódica para
escribir sólo un artículo. Su respuesta fue sencilla: si esa nota llega a
trascender la revista para la cual fue escrita, y sigue leyéndose y
publicándose por años… ¿No vale, acaso, el esfuerzo? Me contó, entonces, el
esfuerzo inmenso que había resultado escribir la nota sobre Sinatra, y el gran
rédito y las satisfacciones que le había dado posteriormente al saber que la
nota seguía siendo leída y publicada en antologías.
Seguramente, si Handel pudiera ver hasta dónde llegó su
Messiah, sentiría el mismo gozo.
Ramiro Albino
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