Hace casi dos años, durante algo más de un mes, fui peregrino a Santiago. Caminé solo desde la frontera francesa hasta la catedral de Compostela, en un viaje impactante que, como no podía ser de otro modo, produjo cambios fundamentales en mi vida.
Durante las jornadas de camino, pasé por innumerables ciudades, pueblos y villorrrios, que fueron testigos mudos de mi andar. En los pueblos de los Pirineos, donde la figura de los peregrinos es siempre bienvenida, la gente que encontraba por la calle me saludaba, con el consabido y esperado "¡Buen camino!", me ofrecía ayuda si estaba perdido, o me acercaba un vaso de agua fresca. Paralelamente pasaba por casas, edificios e iglesias cerrados, y fantaseaba con sus habitantes actuales o pretéritos, y sin detener el paso trataba de espiar un poco por las ventanas, buscando signos de vida. Y sin darme cuenta, comencé a mirar también las puertas, y a adivinar, gracias a ellas, algo acerca uso de esas casas. Una puerta bien o mal pintada, el resto de un lustre centenario, el picaporte brillante o no, la aldaba, las tachas en su lugar, las marcas del óxido en las piezas metálicas y su chorreadura por la madera, las cerraduras...
Descubrí entonces que además de vestigios, eran objetos artísticos, y entonces, en ese caminar mecánico y obligado de todos los días, y casi sin detenerme, saqué cientas de fotos de detalles puertas. A mi vuelta a casa las ordené en una carpeta virtual y las miré satisfecho. Hay un contenido poético increíble en las imágenes.
Fantaseo con exponerlas algún día, o con utilizarlas para ilustrar algún concierto. Mientras tanto las comparto a través del blog: me he propuesto publicar cinco cada semana, gotitas de lirismo que nos invitan a detenernos unos segundos. ¡Que las disfruten!
Durante las jornadas de camino, pasé por innumerables ciudades, pueblos y villorrrios, que fueron testigos mudos de mi andar. En los pueblos de los Pirineos, donde la figura de los peregrinos es siempre bienvenida, la gente que encontraba por la calle me saludaba, con el consabido y esperado "¡Buen camino!", me ofrecía ayuda si estaba perdido, o me acercaba un vaso de agua fresca. Paralelamente pasaba por casas, edificios e iglesias cerrados, y fantaseaba con sus habitantes actuales o pretéritos, y sin detener el paso trataba de espiar un poco por las ventanas, buscando signos de vida. Y sin darme cuenta, comencé a mirar también las puertas, y a adivinar, gracias a ellas, algo acerca uso de esas casas. Una puerta bien o mal pintada, el resto de un lustre centenario, el picaporte brillante o no, la aldaba, las tachas en su lugar, las marcas del óxido en las piezas metálicas y su chorreadura por la madera, las cerraduras...
Descubrí entonces que además de vestigios, eran objetos artísticos, y entonces, en ese caminar mecánico y obligado de todos los días, y casi sin detenerme, saqué cientas de fotos de detalles puertas. A mi vuelta a casa las ordené en una carpeta virtual y las miré satisfecho. Hay un contenido poético increíble en las imágenes.
Fantaseo con exponerlas algún día, o con utilizarlas para ilustrar algún concierto. Mientras tanto las comparto a través del blog: me he propuesto publicar cinco cada semana, gotitas de lirismo que nos invitan a detenernos unos segundos. ¡Que las disfruten!